miércoles

Resentimiento y perdón

Perdonanos nuestras deudas, asi como nosotros perdonamos a nuestros deudores.

(Padre nuestro)

Si buscamos la entrada “perdón” en cualquier diccionario leeremos que es la acción del verbo “perdonar”, una palabra compuesta de un prefijo “per” y un verbo, “donar”.

“Per” significa, pasar, cruzar o saltar adelante, mientras que “donar” tiene que ver con regalar, dar u obsequiar. Perdonar equivale pues a condonar, suspender una deuda, el cese o caducidad de una falta, la amortización de una ofensa o falla recibida.

Perdonar es pasar página.

La mayor parte de las personas creen que perdonar es un tarea heorica más propia de santos o de personas bondadosas en extremo, algo que hacemos desde nuestra tolerancia cuando en realidad sucede desde la conciencia y desde la voluntad. Perdonar es como dice el diccionario un verbo, es decir una acción, algo que está permanentemente en tránsito y movimiento. Perdonar es un lugar, un topos, un lugar que ocupamos o que abandonamos y que se ocupa o desocupa en función de una ofensa que se recibió y se manifiesta por el rencor, el resentimiento o el odio y cuando se hace conducta: con la venganza.

Perdonar, es pues, abandonar un lugar de resentimiento o rencor.

De manera que vamos primero a ocuparnos de esta primera polaridad que surge con la aparición de dos opuestos, el primero de ellos es la diada resentimiento-perdón.

Lo cierto es que el papel de víctima es mucho más asumible que el papel de verdugo, la razón es que las víctimas acaparan atenciones, simpatías, ayudas y prebendas sociales mientras que los perpretadores de faltas solo acaparan antipatía y maledicencias. Si a eso unimos que el balance entre perdón y culpa siempre opera favoreciendo nuestros recuentos personales entenderemos que el resentimiento suela estar fuera y el autoperdón dentro cuando se mantienen inmóviles o petrificados.

La razón por la que somos tan indulgentes con nosotros mismos es de orden narcisista, es evidente que uno de los polos por donde transitan las cargas de las ofensas va cuesta abajo: es más fácil darle la culpa a algo externo que a algo interno y somos más eficaces a la hora de atribuir culpas a los demás que a nosotros mismos. Vale la pena recordar este principio general para entender que el camino del perdón -uno de los más eficaces remedios contra el resentimiento- no es tarea fácil pues requiere navegar contra la corriente narcisista que presupone que siempre somos inocentes.

Cuando la ofensa -real o imaginada- ha sido grave aparece un quiste que resulta indigerible y se mantiene disociado del resto de la conciencia con el resultado de que el resentimiento y la capacidad de perdón escapan de sus railes y no pueden establecer contacto entre sí, anulando su capacidad de neutralización y equilibrio, esta compartimentalización es tipica de los eventos traumáticos y tiene como resultado un bucle sin fin, donde emergen contenidos diversos de hostilidad, angustia y culpa que aparecen desgajados del tiempo, de forma extemporánea.

Aunque en realidad el resentimiento y el perdón son la misma cosa cuando son funcionales y en función del lugar que ocupen se vivencian fuera o dentro, observen a estas hormigas circulando por una cinta de Moebius:



A partir de ahora la vamos a bautizar, le pondremos de nombre perdón (P).

Observen a P como transita continuamente -de forma infinita-en esa cinta de Moebius que no es más que una cinta de dos dimensiones sometida a torsión. Cuando una superficie de ese estilo sufre una torsión suceden cosas sorprendentes: la cinta gana una nueva dimensión y se convierte en una especie de carretera eterna y P patrulla ahora por dentro, ahora por fuera, ahora por la izquierda y ahora por la derecha, ahora arriba, ahora boca abajo.

Traducido a terminos psicológicos la carrera de P es perfecta para entender como circulan tanto el resentimiento y el perdón por fuera (resentimiento hacia algo) como por dentro (autorencor o culpa).

Lo interesante es que el resentimiento externo coincide con el perdón interno mientras que el perdón externo coincide con el resentimiento interno (culpa), de manera que siguiendo estas coordenadas de la hormiga pareciera que estamos condenados o bien a sentirnos culpables o bien a estar permanentemente resentidos por las ofensas que hemos recibido de otros.

Bueno, eso es lo que sucede en la realidad, hasta en aquellos que han sido victimas de abusos sexuales podemos observar como se sienten -paradójicamente- culpables y alternan estados de autocensura con otros de franca hostilidad. Lo traumático se caracteriza precisamente por esta oscilación entre culpa-hostilidad. No hay más que ver a nuestras hormigas para entender la razón: recorren siempre el mismo camino.

¿Como salimos de este atolladero?

El perdón sin embargo tiene otro polo, uno interno, el autoperdón y otro externo el heteroperdón, el perdonar a otro.

Y sin embargo se produce entre estos dos polos una curiosa tensión que podria resumirse así:

Sin perdonar las ofensas recibidas (reales o imaginarias) no hay posibilidad de escapar del resentimiento.

Y


Es imposible y más dificil perdonar a nadie sin haberse perdonado a uno mismo o dicho de otra manera: el perdón y el autoperdón emergen simultáneamente.

Lo curioso de este bucle diabólico es que el flujo narcicista empuja la corriente hacia la autoindulgencia y la culpabilizacion de los otros, todo pareciera estar diseñado por la evolución de nuestro cerebro para “echar balones afuera” y librarnos asi de las responsabilidades de nuestras propias culpas. De lo que se trata es de eludir la responsabilidad.

Aun más curioso es caer en la cuenta de que sin haber elaborado las culpas personales no podemos perdonarnos a nosotros mismos y es cierto que en muchas ocasiones parece objetivamente que el culpable sea el otro, sin embargo en todos los casos -aun en aquellos casos donde pueda evidenciarse una total culpabilidad de alguien externo- no hay más remedio que reconciliarse con él si queremos ser libres y seguir viviendo. Una tarea que parece en principio sobrehumana y más propia de santos que de personas corrientes, esta es la razón por la que en psicoterapia se habla tan poco del perdón cuando en realidad es uno de los instrumentos terapéuticos más potentes de curación y cambio.

Pero no es sobrehumana porque todos nosotros disponemos de una conciencia recursiva: un repliegue, una elevación que nos permite ver a P de esta manera:



Es curioso que despues de haber realizado un giro de 90 º aparezca tan claro a nuestros ojos que el eje horizontal se ha transformado en un eje vertical donde hay un arriba y un abajo, y lo que está arriba en este caso- metáfora de la frontalización de los conflictos- es el perdón que antes nos parecia que se encontraba en un mismo eje, en el mismo plano que el resentimiento.

Para poder poner la cinta de Moebius en pie es necesario romper el bucle por el eslabón mas débil: autoperdonarse.

Cuando nos perdonamos a nostros mismos suceden cosas sorprendentes, la cinta de Moebius sufre una transformación, ha habido un cambio de nivel o de definición, un salto y adoptamos entonces aquel “per” que aparecia en el verbo perdonar. Nos hemos situado por afuera del bucle, en ese lugar sobreelevado que llamamos conciencia y que nos permite observarnos a nosotros mismos con un cierto desapego y distanciamiento, hemos logrado romper la compartimentalización.

Es entonces cuando por arte de magia contemplamos la escena completa y somos capaces de perdonar, no porque nos hayamos convertido en santos sino porque los hechos han perdido la carga emocional que acumulaban.

Y entonces el resentimiento desaparece.

Pero no la memoria de lo acaecido, es bueno recordar ahora que existe cierta diferencia entre el olvido y el perdón. El olvido es un pseudoperdón, un perdón por falta de compromiso. El perdón verdadero sin embargo permite conservar la memoria del daño sólo que ya no nos duele y nos ha permitido aprender algo sobre el dolor.

Que nosotros tambien somos capaces de inflingirlo.

Y que lo hemos hecho muchas veces, casi sin saber.


Y que no existe nadie inocente, solo personas que saben pero sin saber, algo que tiene que ver con el concepto de “observador escondido” (Hilgard 1986) y cuya teorización puede el lector leer aqui gracias a la colaboración de Francisco Orengo.


http://pacotraver.wordpress.com/2009/11/16/resentimiento-y-perdon/

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