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La empatía, la neurociencia y la cohesión social

Antonio Damasio es un neurólogo investigador de las bases neurológicas de los afectos de los seres humanos: las emociones y los sentimientos.


Explica que los organismos, desde las microscópicas células hasta los más complejos, nacen con aparatos sofisticados para resolver automáticamente, sin un proceso previo de razón, los problemas básicos de la vida, como encontrar fuentes de energía, incorporar y transformar la energía, mantener un balance químico interno compatible con el proceso de vida, mantener la estructura del organismo, reparar lo que se gasta y daña del mismo, proteger y crear una barrera contra las enfermedades y el daño físico.

Pero los sentimientos, ¿cómo y por qué se crearon?


Damasio, mediante la tomografía, ha logrado determinar que pacientes con lesiones en zonas concretas del cerebro muestran falta de compasión y vergüenza. Él ha demostrado que los sentimientos se deben a funciones generadas en zonas específicas del cerebro, que responden a sustancias químicas que produce el cuerpo y es transportada en la sangre al cerebro. ¿Serán los sentimientos otra habilidad para sobrevivir? Damasio cree que sí.


Él había guardado una frase escrita, hace 360 años, por Buruch Spinoza: “El primer y más importante fundamento de la virtud es el esfuerzo de preservar el yo individual, y la felicidad consiste en la capacidad humana para preservar su propio yo”. Esta observación lo motivó a investigar quién era Spinoza.


Spinoza vivió en el siglo XVII, fue un filósofo de origen judío, excomulgado y sus escritos fueron censurados por exponer que los sentimientos eran los cimientos del comportamiento ético de los humanos. Para Damasio fue una gran sorpresa haberse encontrado con un predecesor, que en tiempos que no existía la neurociencia, había demostrado que en los procesos cerebrales –la mente– están los cimientos de los comportamientos éticos. Es decir, nacemos con valores éticos para preservarnos como especie.


Esos procesos cerebrales hay que entenderlos científicamente, pues la mente es capaz, moderadamente o inmoderadamente, de disparar emociones débiles y fuertes, buenas y malas, consciente o inconscientemente. El cerebro junto con el cuerpo es un ser tan capaz que nos permite vivir, su naturaleza ególatra es tan perfecta que le ha permitido sobrevivir y tan sofisticado que tenemos que saberlo manejar para sobrevivir en armonía con nosotros mismos y con nuestros semejantes.


La ética de Spinoza fue la plataforma en que intelectuales de la Ilustración europea, como Francis Hutchinson, David Hume y Adam Smith, filósofos sentimentalistas, basaron sus teorías éticas y morales, las cuales hoy son la fundación donde están asentadas las sociedades más prósperas del planeta.


Esa ética determina que las buenas acciones son aquellas que, mientras producen bienestar al individuo a través de los apetitos naturales y las emociones, no hacen daño a otros. Una acción que puede dar beneficio personal pero perjudica a otros no es buena, porque perjudicar a otros siempre resiente y, finalmente, perjudica a la persona que causa el daño, por tanto, dichas acciones son maléficas.


La esencia de esta regla ética no comienza con los humanos, existe en el reino animal. Los murciélagos pueden detectar en las actividades de recolecta de alimentos el comportamiento de los que no contribuyen, los tramposos y los embusteros y, unidos, los castigan por la falta que cometieron. Si no imponen esa disciplina, el grupo no prospera. Todos deben cooperar para el bien colectivo.


Esos conocimientos biológicos se propagaron en el Siglo de las Luces, pero para los hispanos pasaron inadvertidos, pues la Inquisición católica prohibió estos aportes científicos. No nos afinamos.


Una muestra de nuestra tosquedad es la diversión que ocurre en las más de 130 plazas de toros que existen en Iberoamérica. En las corridas de toro ocurre un espectáculo grotesco: humanos disfrutan observando la matanza de un animal. Si lo vemos bajo la ética de los sentimientos –la empatía–, debemos trasladarnos, mediante sentimientos, a ser el toro, y por ende preguntarnos: ¿nos gustaría ser ese toro? Pensaríamos: tengo derecho a vivir, no deseo morir, tengo familiares con los que no quiero dejar de convivir, me ofende que se realice una fiesta, se ingiera licor y gritan de alegría cuando me entierran la espada y estoy muriendo, qué dolor pensar que a mis hijos les harán lo mismo.


Este espectáculo canallesco siempre ha sido aceptado por nuestros mayores, incluso por los líderes religiosos. Maltratar animales en las sociedades anglosajonas, ilustradas por los filósofos sentimentalistas, es penada con la cárcel. ¿Por qué para unos es diversión y para otros delitos? Es la educación ética.


Entendiendo la frase que Damasio guardó de Spinoza: sobrevivir es una fundación biológica de todos los seres vivientes; como sabemos que no podemos sobrevivir solos, entendemos que, para preservar nuestro propio yo, tenemos que preservar los otros yo, giramos en espiral, pues cada vez y cuando cada quien lo aplica, mejoran los dos yo, por ende también perfeccionan los valores éticos del conjunto de la sociedad en que sobrevivimos. Bajo esta óptica, podemos comprender que las culturas que no lastiman a los animales lo hacen para mejorarse. Si no matan al toro, se mejoran ambos, el toro que sobrevive y los humanos controlan y afinan su ego, se crea armonía, nos refinamos.


Ampliando, si nos ponemos nuestra mano en el estómago podemos sentir que es una tumba de muchos animales y, quizás así, entenderemos el refinamiento de los vegetarianos, finura semejante al altruismo de Winston Churchill: Nosotros vivimos de lo que ganamos, pero hacemos nuestras vidas de lo que damos a otros.


Esta ética, como emana de la biología, es insuperable, tiene sustentación científica, es neurobiología. Damasio lo validó con la neurociencia.


Damasio, además de ese invaluable aporte científico, cree que los neurobiólogos tienen los conocimientos para perfeccionar las ciencias sociales, mejorando los valores éticos de las sociedades.


En un futuro el comportamiento social será normado por lo que dicte la neurobiología. Esto es esperanzador para Latinoamérica, ayudará a desarrollar la cohesión social necesaria para superar nuestra ofensiva pobreza. Es indispensable que todos los líderes y estudiantes lean el libro de Damasio: “En busca de Spinoza”. Cuando llegamos a entender lo que somos, dejamos de creer en lo que no somos.



http://www.laprensa.com.ni/2009/12/06/opinion/9618

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