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La sociedad depresiva (III): El alma no es una cosa

En esta situación, no sorprenderá que el psicoanálisis sea permanentemente violentado por un discurso tecnicista que no cesa de invocar su presunta "ineficacia experimental". Pero, ¿de qué "ineficacia" se trata?



¿Debemos confiar en Jacques Chirac cuando recalca: "Observé los efectos del psicoanálisis y no estuve a priori convencido, al punto que me pregunto si todo eso no depende en realidad mucho más de la química que de la psicología"?1 0 más bien en Georges Perec cuando describe su experiencia positiva de la cura, o incluso en Françoise Giroud cuando afirma: "Un análisis es duro y duele. Pero cuando uno se hunde bajo el peso de las palabras reprimidas, de las conductas obligadas, de las apariencias, cuando la representación que uno se hace de uno mismo se vuelve insoportable, el remedio está ahí. Al menos yo lo probé y le estoy infinitamente agradecida a Jacques Lacan [...]. No avergonzarse más de uno mismo es la libertad realizada [...]. Esto es lo que un psicoanálisis bien llevado enseña a los que le piden ayuda".2



Desde 1952, se realizaron muchas encuestas en los Estados Unidos para evaluar la validez de las curas psicoanalíticas y de las psicoterapias. La mayor dificultad residía en la elección de los parámetros. Hizo falta primero someter a un test la diferencia entre la ausencia y la existencia de un tratamiento, a fin de poder comparar el efecto del paso del tiempo (o evolución espontánea) con la efectividad de una cura. Luego fue necesario hacer intervenir el principio de la alianza terapéutica (sugestión, transferencia, etc.) para comprender por qué ciertos terapeutas, cualesquiera que sean sus capacidades, se entendían perfectamente con ciertos pacientes y para nada con otros. Por último, fue indispensable tener en cuenta la subjetividad de las personas interrogadas. De ahí, la idea de poner en duda la autenticidad de sus testimonios y de desconfiar de la influencia del terapeuta.

En todos los ejemplos, los pacientes nunca se consideran curados de sus síntomas, sino transformados (el 80 %) por su experiencia de la cura. Dicho de otra manera, cuando ésta era benéfica, experimentaban un bienestar o una mejoría en sus relaciones con sus semejantes, tanto en el ámbito social o profesional como en materia amorosa, afectiva y sexual.



En resumen, todas esas encuestas demostraron la extraordinaria eficacia del conjunto de las psicoterapias. Sin embargo, ninguna permitía probar estadísticamente la superioridad o la inferioridad del psicoanálisis sobre los otros tratamientos.3



El gran defecto de esas evaluaciones es que se basan siempre en un principio experimental poco adaptado a la situación de la cura. 0 bien, aportan la prueba de que basta con que un ser que está sufriendo consulte con un terapeuta durante cierto tiempo para que su situación mejore, o bien dejan entender que el sujeto interrogado puede estar influenciado por su terapeuta y así ser víctima de un efecto placebo. Dado que rechaza la idea misma de que una experimentación pueda hacerse por medio de tales interrogatorios, la evaluación llamada "experimental" de los resultados terapéuticos no tiene valor alguno en psicoanálisis: reduce siempre el alma a una cosa.



Cuando, en 1934, el psicólogo Saul Rosenzweig le envió resultados experimentales probando la validez de la teoría de la represión, Freud se mostró honesto y prudente. No recusó la idea de experimentación, pero recalcó sin embargo que los resultados obtenidos eran a la vez superfluos y redundantes respecto a la abundancia de experiencias clínicas ya bien establecidas por el psicoanálisis y conocidas por las numerosas publicaciones de casos.4



A otro psicólogo norteamericano que le proponía "medir" la libido y poner su nombre (un freud) a la unidad de medida, respondió también: "No comprendo lo suficiente de física como para dar un juicio fiable en la materia. Pero si usted me permite pedirle un favor, no llame su unidad con mi nombre. Espero poder morir un día con una libido no medida".5



En cuanto a las maneras de llevar a cabo las encuestas, deben ser criticadas. Si bien muchas de ellas lo hicieron seriamente, particularmente en los Estados Unidos, fueron también el objeto de múltiples controversias. Otras parecen hoy francamente ridículas. Constatamos en efecto que las preguntas hechas determinan muy a menudo las respuestas, como lo muestran los protocolos llamados "experimentales" que consisten por ejemplo, en someter a un test la existencia del complejo de Edipo preguntando a niños de 3 a 9 años si son o no hostiles con el padre del sexo opuesto. Es evidente que, en semejantes condiciones, la casi totalidad de los niños responden que sus padres les parecen "muy buenos".6



El psicoanálisis parece tanto más atacado hoy cuanto que conquistó el mundo por la singularidad de una experiencia subjetiva que sitúa el inconsciente, la muerte y la sexualidad en el corazón del alma humana.



En Francia, proliferan los informes periodísticos inspirados por el discurso de las neurociencias, del cognitivismo, o de la genética, que no tienen otro objetivo que combatir el pensamiento freudiano. Hasta 1995, los títulos eran más bien neutros y reflejaban una actualidad política y cuestiones prácticas: "Especial Freud, el marxismo se derrumba, el psicoanálisis resiste", o incluso: "¿Tiene usted necesidad de un psicoanálisis?".7 Luego, el tono devino netamente antifreudiano: "Freud: ¿genio o impostor?",8 "¿Hay que quemar a Lacan?", "La ciencia contra Freud".9



Sin embargo, cuando leemos el detalle de las intervenciones reunidas bajo esos títulos llamativos, vemos que dicen completamente otra cosa. Los informes dan en general la palabra a especialistas de todo tipo (psicólogos, psicoanalistas, psiquiatras, psicoterapeutas, neurólogos, neurobiólogos, intelectuales, etc.) y el diálogo se instaura, a veces, por cierto, de manera bastante simplista (a favor o en contra de Freud y el psicoanálisis), pero también, y frecuentemente, en una perspectiva crítica y en el respeto de las diferentes disciplinas. La mayoría de las veces, los hombres de ciencia dan muestras de prudencia. Excepto algunos irreductibles, los investigadores interrogados nunca desean "quemar" a nadie.



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¿Por qué el psicoanálisis suscita sin embargo tanto oprobio? ¿Qué le sucedió para estar tan presente en los debates sobre el porvenir del hombre y, a la vez, ser tan poco atrayente para aquellos que lo ven como envejecido, pasado de moda, ineficaz?10

La significación de este descrédito debe ser buscada en la transformación reciente de los modelos de pensamiento desarrollados por la psiquiatría dinámica y sobre los cuales reposa, desde hace dos siglos, el recelo del estatuto de la locura y de la enfermedad psíquica en las sociedades occidentales.



Llamamos psiquiatría dinámica11 al conjunto de corrientes y de escuelas que asocian una descripción de las enfermedades del alma (locura), de los nervios (neurosis) y del humor (melancolía) a un tratamiento psíquico de naturaleza dinámica; es decir, haciendo intervenir una relación transferencial entre el médico y el enfermo.



Surgida de la medicina, la psiquiatría dinámica privilegia la psicogénesis (causalidad psíquica) sobre la organogénesis (causalidad orgánica), sin por ello excluir esta última, y se funda en cuatro modelos de explicación de la psique humana: un modelo nosográfico nacido de la psiquiatría que permite a la vez una clasificación universal de las enfermedades y una definición de la clínica en términos de norma y de patología; un modelo psicoterapéutico heredado de los antiguos curanderos que supone una eficacia terapéutica ligada a un poder de sugestión; un modelo filosófico o fenomenológico que permite comprender la significación del trastorno psíquico o mental a partir de la experiencia (consciente o inconsciente) del sujeto; un modelo cultural, que propone descubrir, en la diversidad de las mentalidades, de las sociedades y de las religiones, una explicación antropológica del hombre fundada en el contexto social o en la diferencia.



En general, las escuelas o las corrientes privilegiaron uno o dos modelos de interpretación del psiquismo, según los países o las épocas. El saber psiquiátrico se organizó ampliamente asociando una clasificación racional de las enfermedades mentales a un tratamiento moral; por el contrario, las escuelas de psicoterapias predicaron tanto una técnica relacional, de la cual estaba excluida la nosografía, como una etnopsicología12 haciendo volver al paciente, y al hombre en general, a sus raíces, a su gueto, a su comunidad o a su origen.13



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Nacido con Philippe Pinel, el modelo nosológico se desarrolló a lo largo de todo el siglo XIX valiéndose del famoso mito de la abolición de las cadenas inventado bajo la Restauración por el hijo del padre fundador y por su principal alumno, Étienne Esquirol. ¿De qué se trata? Durante el Terror poco después de su designación en el Hospicio de Bicêtre (el 11 de septiembre de 1793), Pinel recibió la visita de Couthon, miembro del Comité de Salud Pública, que buscaba sospechosos entre los locos. Todos temblaban frente a este fiel de Robespierre, quien había dejado su silla de ruedas para hacerse cargar por hombres. Pinel lo condujo a ver a los agitados en sus celdas, lo que le causó un miedo intenso. Recibido con insultos, se volvió hacia el alienista y le dijo: "Ciudadano, ¿estás tú mismo loco que quieres liberar a semejantes animales?". El médico respondió que los insensatos eran tanto más intratables cuanto que se encontraban privados de aire y de libertad. Couthon aceptó que se suprimieran las cadenas, pero puso en guardia a Pinel contra su presunción. El filántropo comenzó entonces su obra: desencadenó a los locos y así dio origen al alienismo, luego a la psiquiatría.



La revolución pineliana consistió en mirar al loco ya no como un insensato cuyodiscurso estaría desprovisto de sentido, sino como un alienado, dicho de otra manera, un sujeto extraño a sí mismo: no un animal14 enjaulado y despojado de su humanidad porque estaría desprovisto de toda razón, sino un hombre reconocido como tal.

Surgido del alienismo,15 el modelo nosográfico organiza el psiquismo humano a partir de grandes estructuras significativas (psicosis, neurosis, perversiones, fobia, histeria, etc.) que definen el principio de una norma y de una patología y delimitan las fronteras de la razón y de la sinrazón.



Este modelo nació ligado al de la psicoterapia, cuyo origen se remonta a Franz Anton Mesmer.

Hombre de la Ilustración, éste quiso arrancarle a la religión la parte oscura del alma humana apoyándose en la falsa teoría del magnetismo animal, que será abandonada por sus sucesores. Curaba a los histéricos y a los poseídos sin el auxilio de la magia y sólo por medio de la fuerza de un poder de sugestión.

Por su parte, en la víspera de la Revolución, Pinel inventó el tratamiento moral al mismo tiempo que William Tuke, el cuáquero inglés. Reformó la clínica al mostrar que un resto de razón subsiste siempre en el alienado y permite la relación terapéutica.



Diferenciada de otras formas de sinrazón (vagabundeo, mendicidad, desviación), la locura según Pinel se convirtió en una enfermedad. El loco pudo desde entonces ser curado con ayuda de una nosografía adecuada y de un tratamiento apropiado. Se creó para él el asilo ‑y más tarde el hospital psiquiátrico‑ a fin de alejarlo del hospital general, ese símbolo de encierro de las monarquías de Europa. Esquirol dio luego un contenido dogmático a la enseñanza pineliana, que desembocó, en 1838, en la oficialización del sistema asilar.



Entre el mesmerismo y la revolución pineliana, la primera psiquiatría dinámica asociaba un modelo nosográfico (psiquiatría) con un modelo psicoterapéutico (magnetismo, sugestión) que separaba la locura asilar (enfermedades del alma, psicosis) de la locura ordinaria (enfermedades de los nervios, neurosis). Un siglo más tarde, Jean Martin Charcot, su último gran representante, anexó la neurosis (esta media locura) al modelo nosográfico, haciendo de ella una enfermedad funcional. El asilo siguió siendo sin embargo dominante, con su cortejo de miserias, gritos y crueldades. Habiendo alcanzado una gran sofisticación, la psiquiatría de fines del siglo XIX se desinteresó del sujeto y lo abandonó a tratamientos bárbaros donde la palabra no tenía lugar alguno. Prefiriendo así la clasificación de las enfermedades a la escucha del sufrimiento, se hundió en una especie de nihilismo terapéutico.



Heredera de Charcot, la segunda psiquiatría dinámica tomó vuelo reivindicando superlativamente el gesto inaugural de Pinel. Sin renunciar al modelo nosográfico, reinventó un modelo psicoterapéutico dando la palabra al hombre enfermo como lo hacía Hippolyte Bernheim en Nancy y más tarde Eugen Bleuler en Zúrich. Encontró entonces su forma consumada en las escuelas modernas de la psicología (Freud y Janet). Como contraparte de este movimiento, asistimos hoy a la dislocación de los cuatro grandes modelos y a la ruptura del equilibrio que permitía organizar su diversidad.



Frente al desarrollo de la psicofarmacología, la psiquiatría abandonó el modelo nosográfico en beneficio de una clasificación de las conductas. En consecuencia, redujo la psicoterapia a una técnica de supresión de los síntomas. De ahí una valorización empírica y ateórica de los tratamientos de urgencia. El medicamento responde siempre, sea cual sea la duración de la prescripción, a una situación de crisis, a un estado sintomático. Que se trate de angustia, de agitación, de melancolía, o de simple ansiedad, hará falta primero tratar la huella visible del mal, luego borrarla y, finalmente, evitar buscar la causa de manera de orientar al paciente hacia una posición cada vez menos conflictiva y, por tanto, cada vez más depresiva. En lugar de las pasiones, la calma; en lugar del deseo, la ausencia de deseo; en lugar del sujeto, la nada; en lugar de la historia, el fin de la historia. El sanitario moderno ‑psicólogo, psiquiatra, enfermero o médico- ya no tiene tiempo para ocuparse de la larga duración del psiquismo, pues, en la sociedad liberal depresiva, su tiempo está contado.




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Notas:



1. Pierre Jouve y Ali Magoudi, Jacques Chirac, portrait total, París, Carrère, 1987.

2. Georges Perec, Penser/classer, París, Hachette, 1995. Ed. cast.: Pensar-clasificar, Barcelona, Gedisa, 1986;Françoise Giroud, Le Nouvel Observateur, nº 1610, 14al 20de septiembre de 1995.

3. Véanse sobre este tema H. J. Eysenck, "The effects of psychoterapy. An evaluation", Journal of Consultation and Psychology, nº 16, 1952, pp. 319‑324;Clark Glymour, "Freud, Kepler and the Clinical Evidence", en Richard Wolheim (ed.), Freud, Nueva York, Anchor Books, 1974.Bertrand Cramer, "Peut-on évaluer les effets des psychotérapies?", Psychotérapies, vol. XIII, 4, 1993, pp. 217‑225;Adolf-Ernst Meyer, "Problèmes des études sur l’efficacité du processus psychothérapique", ¡bid., vol. XVI, 2, 1996, pp. 87‑93;Daniel Widlöcher y Alain Braconnier (eds.), Psychanalyse et Psychothérapie, París, Flammarion, 1996.Véase también la encuesta realizada en 1980 por Le Nouvel Observateur, que trata sobre la opinión de losfranceses sobre el psicoanálisis, nº 807, del 28 de abril al 4 de mayo de 1980.

4. Saul Rosenzweig, "An experimental study of memory in relation to the theory of repression", British Journal of Psychology, nº 24, 1934, pp. 247‑265.

5. Véase Fritz Wittels, Freud et la femme‑enfant. Les mémoires de Fritz Wittels (1955), texto establecido por Edward Timms, seguido de Sigmund Freud, l’homme, la doctrine, l'école (Viena, 1924, París, 1929), París, PUF, 1999, pp. 172‑173.

6. Es el método que aplican dos psicólogos suizo‑alemanes, Werner Greve y Jeanette Roos, en Der Untergang des Ödipus‑komplexes, Bern Verlag‑Hans Huber, 1996.

7. Le Nouvel Observateur, nº 1404,del 3 al 9 de octubre de 1991, y nº 1610, del 14 al 20 de septiembre de 1995.

8. Sciences et avenir, febrero de 1997.Este dossier consta esencialmente de una larga entrevista a Daniel Widlöcher quien hace un elogio del psicoanálisis.

9. Le Nouvel Observateur, nº 1505, del 9 al 15 de septiembre de 1993, y nº 1689, del 20 al 26 de marzo de 1997.Uno de estos números es consagrado a mi libro sobre Lacan (Jacques Lacan. Esquisse d'une vie, histoire d'un systéme de pensée, París, Fayard, 1993),el otro al Dictionnaire de la psychanalyse, del cual soy coautora con Michel Plon (París, Fayard, 1997).Ed. cast.: Jacques Lacan. Esbozo de una vida, historia de un sistema de pensamiento, Barcelona. Anagrama, 1995; Diccionario de psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1998.

10. En un artículo de Le Monde del 11de diciembre de 1998,consagrado a la hipnosis, Véronique Maurus escribe, a propósito de las psicoterapias llamadas "breves", que sin embargo coexisten hace medio siglo con el psicoanálisis, que les sirve de modelo de referencia: "Pragmáticas, acotadas, desactualizan poco a pocoal viejo psicoanálisis hoy casi abandonado".

11. Véase Henri F.Ellenberger, Histoire de la découverte de l'inconscient, op. cit.

12. Relacionada con la antigua psicología de los pueblos, según la cual existiría para cada nación, cada pueblo o cada etnia una organización específica del Psiquismo. Véase la tercera parte de este libro, capítulo 11.

13. Notemos que la antipsiquiatría privilegió el modelo fenomenológico asociado al modelo cultural.

14. La idea de que la división entre la humanidad y la animalidad oculta la diferencia entre locura y razón es una constante en la historia de la psiquiatría y de la locura. Véase sobre este tema Élisabeth de Fontenay, Le Silence des bêtes, París, Fayard, 1998.

15. Sobre la historia de la psiquiatría en el siglo XIX,véase Jan Goldstein, Consoler et classifier (Nueva York, 1987),Le Plessis‑Robinson, Synthélabo, 1997. Véase también Jacques Postel, que fue el primero en analizar el mito de la abolición de las cadenas, en Genèse de la psychiatrie. Les premiers écrits de Philippe Pinel (1981),Le Plessis‑Robinson, Synthélabo, 1998.



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