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La neurociencia del ego

Aunque la expresiones castellanas ‘ego’, o ‘persona’, carecen del poder expresivo de su equivalente inglés, ‘self’, aquí las usaremos por falta de algo más apropiado, que exista en nuestro idioma, para los fines de esta lectura.


La auto-consciencia y la consciencia propia, o de uno mismo, son conceptos de índole trascendentales para el entendimiento único del ser humano — especialmente, en la acepción clínica de la expresión.


De antes, nuestros entendimientos filosóficos y nuestras tendencias éticas, encontraban sus explicaciones en las palabras que quienes, pretendieran hablarnos en nombre de un dios, pronunciaran.


Los falsos profetas abundaban…


Cuando dudábamos, siempre recurríamos a la Biblia. Pero, cuando deseá­bamos saber quiénes fuéramos como entidades individuales y únicas, no había nadie a quien, recurrir, pudiéramos.


Estábamos solos. Solos, contemplando el rompecabezas de nuestras exis­tencias, sin explicación plausible o, sin aclaración posible para resolver el conflicto del significado de nuestras vidas.


Los estados de ansiedad, los de angustia y las depresiones existían. Como testimonio de hecho, la historia corrobora.


Pero ¿Con qué contábamos para asistirnos en nuestros dilemas existencia­les?


Entonces teníamos las escrituras sagradas. Pero, éstas eran oscuras, y quie­nes, las ‘entendieran’ nos decían que en ellos restaba el ‘derecho’ exclu­sivo a su acceso — razón, por la que nos la dosificaban, en esfuerzo a con­trolarnos.


Si ustedes conocen a alguien quien, hoy, lea la Biblia. Ustedes son muy pri­vilegiados. Y, si conocen a algún psiquiatra que entienda a Freud. Mucho me alegra — porque, entonces, conocen a mi maestro Louis B. Shapiro, decano de los psicoanalistas norteamericanos.


Hoy, aunque nosotros, quienes en ella creemos con la mayor convicción, preferimos no abusar sus poderes, confiamos en las neurociencias — como la única vía disponible — para dar respuestas a las preguntas de orden tan legítimo, que en seguida formulamos.





Como concepto progresivo, esta función consiste en una noción que deriva de las actividades neurales de todo el cerebro.


Lo que a los investigadores que tratan de establecer su esencia, siempre intriga, es dónde reside, cómo funciona y, más que nada, cómo aplicar su entendimiento a nuestra percepción propia.


Algo, de índole compleja.


Para muchos de los pensadores formales en este campo, la auto-repre­sentación que la consciencia implica, consiste en esa capacidad de ponderar en lo que se piensa, cuando acerca de sí mismo uno reflexiona.


Esta última noción, puede que haya derivado de un contexto social, como ya veremos.


Que esa habilidad para la introspección, haya evolucionado específicamente, en el ser humano, sería para proporcionarnos la ventaja evolutiva de permi­tirnos crear ‘teorías de las mentes de otros’, para poder lograr predecir y entender sus intenciones para con nosotros — pudiendo, de esa manera, presagiar sus comportamientos, permitiéndonos actuar de manera venta­josa y defensiva.


Es complicado, pero se entiende mejor, si pensamos en la empatía o en el lenguaje de los gestos.





El ego, es un substrato esencial en la metodología del psicoanálisis, de donde deriva su popularidad y aplicación actual, aun en el campo de la neu­rociencia.


Das Ich, para Freud, significaba literalmente, ‘el Yo’.


Para mejor entenderlo. En su síntesis psicoanalítica, el ego, constituye la parte de la mente que contiene la conciencia o auto-conocimiento. Lo que más tarde, en escritos avanzados, se conceptualizaría, como un conjunto de funciones psíquicas que involucraban juicio, tolerancia, la evaluación de la realidad, auto-control, previsión, planeamiento, defensas inconscientes, síntesis de información, función intelectual y memorias.


Inevitablemente, para comprender estos conceptos, tenemos que buscar explicaciones en elementos aplicados a nuestros entendimientos de la em­patía, como ya hiciéramos en mis tesis paralelas de: Las Actividades de las neuronas de Espejo (I) y Teorías de la mente (II).


Parecería lógico, que en una especie, cuya supervivencia está imbricada de manera tan íntima a su intelectualidad, que nuestra capacidad de intuir las intenciones de otros o de responder de manera apropiada a lo desconocido serían facultades innatas de importancia vital.


Las neuronas espejo nos prestarían una asistencia de orden primordial en este respecto, ya que nos permitirían formular, predicciones paralelas a los comportamientos que, involuntariamente reflejamos.


Concibiendo este sistema de auto-percepciones, encontramos que en sí está constituido por muchos conceptos adicionales.


Por ejemplo, está dotado de un sentido de uniformidad unitaria y cohesiva, a pesar de las múltiples impresiones y experiencias que en éste convergen.


Además de lo dicho, el ego posee una sensación de continuidad y de perma­nencia en la medida del tiempo. Una noción de estar en control de sus acti­vidades y acciones, de estar fijado en nuestro cuerpo, que es consciente de su valor, dignidad y mortalidad/inmortalidad. Y, que cada uno de esos as­pectos de su función puede que sean mediadas por diferentes partes o por diferentes centros del cerebro.


Como hemos notado anteriormente, existe un aspecto único de este ego, que es más extraño que los otros, y éste consiste en que este sistema está consciente de sí mismo, como entidad particular y autónoma.


Para muchos neurocientíficos la última habilidad depende, casi exclusiva­mente, de las actividades críticas de neuronas espejo.


Como todos sabemos, el descubrimiento accidental de las neuronas espejo, fue hecho por G. Rizzolati, V. Gallese y I. Iaccoboni, cuando grababan las actividades eléctricas del cerebro de ciertos monos en su laboratorio en Ita­lia.


Por ejemplo, cuando un mono deseaba aprehender un grano de maní, una neurona en su corteza pre-motora cerebral se activaba. Otra neurona se activaba cuando el mismo mono oprimía un botón y otra cuando levantaba una pa­lanca. La presencia de estas neuronas de comando y su existencia, en el control de los movimientos voluntarios, ya eran conocidas por muchos años. Lo que sería nuevo es que un subconjunto de estas neuronas poseía una propiedad peculiar y propia. Éstas se activaban no sólo cuando el mono in­tentaba agarrar el maní, sino que se activaban cuando viese a otro mono repitiendo la misma acción.


Los investigadores, las llamaron: neuronas espejo o ‘neuronas, mono ve, mono hace’.


Lo que constituye de esta observación algo tan extraordinario, sería el hecho que implica que una neurona y los circuitos de que forma parte, no solamente estaba generando un comando altamente específico (‘agarrar un maní’), sino que sería capaz de adoptar el punto de vista de otro mono.


En otras palabras, que estaba haciendo una simulación interna y refleja de la acción del otro simio, como si estuviera tratando de entender lo que el otro mono hiciera, reflejándolo (como espejo) en su mente.


En simples palabras, que actuaba como una neurona de ‘leer mentes’.


Neuronas en el cingulado anterior responden cuando a una persona se le in­serta una aguja en la piel. Éstas se conocen como neuronas sensoriales de dolor. Investigadores en la universidad de Toronto demostraron, que las últimas se activan con rapidez viva cuando la misma persona observa que otro está siendo punzado. Puede decirse que son ‘neuronas telepáticas’ porque transmiten mensajes a la distancia.


Lo primordial aquí es el reconocimiento, neurológico, de que la actividad re­fleja no reconoce la diferencia entre los elementos que la causan. En am­bas respuestas, el estímulo es real.


Los primates, incluyendo nuestra especie, son criaturas de inteligencia muy desarrollada, ya que somos expertos en adivinar las intenciones ajenas. Lo que se logra por medio de la simulación en la mente de los designios de otros.


Lo que no entendemos bien son los procesos que median las corazonadas que nos alertan y que nos protegen del mal que hacia nosotros otros ocul­tan.


Lo que sí reconocemos es que sin esas intuiciones, a veces, hubiésemos su­cumbido a malos designios ajenos.


La emergencia del entendimiento de las funciones de las neuronas espejos en los homínidos, puede que haya jugado un papel crucial en el entendi­miento de los peligros que provienen de otros seres vivos, limitando nuestra vulnerabilidad.


Asimismo, se entiende que éstas desempeñan un rol crucial en actividades que son esencialmente humanas, como son la empatía, el aprendizaje por imitación (en lugar de tanteo, por tanteo) y la transmisión de lo que cono­cemos como ‘cultura’.


Con lo antedicho hemos yacido las bases para la tesis que hoy nos ocupa.





Cuando pensamos en nosotros mismos, cuando reflexionamos en nuestro ‘yo’ como individuos separados y distintos a otros…


¿Qué entra en nuestra mente y de qué nos volvemos conscientes?


Nos encontramos en un mundo extraordinario que abarca la introspección y el auto-análisis. Es como si estuviéramos examinándonos a nosotros mis­mos — como si estuviéramos observándonos a nosotros mismos — como otros hacen — cuando a nosotros ellos observan.


En otras palabras, que nos convertimos en observadores/observándonos a nosotros mismos.


Pero ¿Cómo es que esta acción procede?


Un poco de neurociencia aplicada puede sernos de asistencia con esta cues­tión.


La evolución se aprovecha de organizaciones ya existentes para desarrollar estructuras y adaptaciones nuevas. Una vez que la actividad coordinada de los elementos visuales acopladas al control muscular, se despiertan, es el mo­mento cuando las neuronas espejo entran en acción, permitiéndonos lograr nuevas posibilidades de respuestas.


Las neuronas espejo se encuentran representadas en abundancia en la parte inferior del lóbulo parietal — una estructura que experimentó, hace miles de años, una expansión acelerada en todos los simios mayores — no­sotros incluidos entre ellos.


A medida que el cerebro siguiera evolucionando, este lóbulo se dividió en dos giros — el supra-marginal que nos permite la ‘reflexión’ en anticipa­ción de nuestras acciones y el giro angular que nos permite la reflexión hacia las actividades de nuestro cuerpo (en el lado derecho) y de nuestro ego en el lado izquierdo, formando parte del conjunto complejo de nuestras actividades abstractas, incluyendo las del lenguaje metafórico.


En otras palabras, que poseemos actividades que están representadas en mapas visuales y mapas motores, sobre las que inciden las neuronas espejo.


¿Cómo aplican estos discernimientos al sentido del autoconocimiento y la consciencia del ego?


El autoconocimiento puede concebirse como si usáramos las neuronas es­pejo para percibirnos a nosotros como otros nos perciben. Es como si usá­ramos las respuestas reflejas que otros activan hacia nosotros para eva­luarnos a nosotros mismos.


Esencialmente, lo que entendemos como introspección. Es estar consciente de que otros están conscientes de nosotros.


Aquí, es donde se aplican las nociones ya estudiadas, de la ToM o teoría de la mente. La que en esencia significa, viendo el mundo, como otros lo ven, o leyendo las mentes de los demás.


Lo antedicho, por supuesto, no es ni original ni es de mi creación, sino que constituye una adaptación del Zeitgeist neurológico que hoy nos gobierna — como de antes lo hicieran las teorías del psicoanálisis.


No es lo mismo: ‘pienso, luego existo’, que ‘existo, luego pienso’.


Lo que es esencial comprender es que somos básicamente animales que, debido a la insuficiencia relativa de nuestras resistencias físicas, que crecimos — para sobrevivir — Y que lo hicimos, dotados con bases intelectuales de posibilidades enormes en áreas que todavía no entendemos con la habilidad que nos agradaría, de poder hacerlo así.


Nadie puede argumentar que la presencia de la capacidad de hilvanar nues­tro pasado tanto dinámico como histórico, no nos capacita para unificar la configuración de la consciencia y de la ‘arquitectura’ del ego.


Tampoco puede afirmarse que la habilidad de formular una ToM constituye un don exclusivo de nuestra especie, ya que otros animales poseen la des­treza instintiva de separar extraños que les infligirían dolor, de extraños que les serían amigables — cualquier persona que se acompaña de gatos, sabe a qué aquí me refiero.


Nuestras ideas y nuestros conceptos están en evolución constante. Las áreas de Broca y de Wernicke hoy se consideran que residen fuera del lugar anató­m­icamen­te establecido por sus descubridores, necesitando revisiones topográficas.


Los estudios de ciertos síndromes neurológicos con sus manifestaciones extraordinarias y expresiones sorprendentes, negarían que todo lo que creemos conocer, todo ya lo explica — por esa razón todas nuestras hipóte­sis están sujetas a revisión constante.


Reconocemos el impacto que en el desarrollo de nuestro ego y en la evolu­ción de nuestra personalidad la acción de ciertos neurotransmisores im­prime.


Como igualmente, entendemos que, en adición, los efectos de la cultura, asimismo nos intervienen.


Los habitantes de la Isla Centinela del Norte, parte de la India. Rehúsan contacto con la civilización a cuyos representantes repelen con hostilidad acerba. Nadie los conoce.


¿Son ellos, por contraste con nosotros, distintos en sus percepciones y en las concepciones de sus personas?


No lo sabemos, pero podemos intuirlo — aunque Darwin estuviera equivo­cado cuando conociera a los habitantes de la Tierra del Fuego.


Entonces, hoy se le añade a estos entendimientos, la noción de que nuestras memorias: pasadas, presentes y futuras poseen un rol crucial en el modo cómo nos percibimos y de cómo nos entendemos a nosotros mismos para la representación de este sistema funcional e intangible que hoy tratamos de definir.





No podemos dejar que nos pase un día sin que tratemos de explicarnos y de entendernos a nosotros mismos.


Si, para quienes estudian los sentimientos y las emociones humanas, el psi­coanálisis proveyera una fuente de alcances que crecieron a medida que otros argonautas de la mente, exploraran, desde perspectivas múltiples, para dar nuevos conocimientos. A nosotros, entonces, nos toca la obligación de hacer lo mismo con las vistas que las neurociencias cada día nos presentan, formando entre ellas un substrato de nociones que nos asisten en la tarea de comprendernos a nosotros mismos de una manera mejor.


Concluyéndolo todo:


El ego, es función anatómica.


Su localización cerebral, como consciencia, aun no ha sido establecida. Pero su comprensión aplicada, nos proporciona una herramienta eficaz en nues­tras labores como terapeutas.



http://blogs.monografias.com/sistema-limbico-neurociencias/2009/12/05/la-neurociencia-del-ego-3/

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