jueves

Síndrome de Stendhal: un epílogo

Para terminar esta serie que he dedicado al cerebro, la percepción y conceptualización de la belleza y el sindrome de Stendhal, me gustaria aportar una conclusión sobre el tema. La primera conclusión es la relativa a si el citado sindrome es o no es un cuadro patológico.

Mi opinión al respecto es que por lo recortado y paroxístico del síndrome no podemos encuadrarlo como un sindrome psiquiátrico específico. Por otra parte aunque el síndrome en su versión extendida es bastante desagradable no es menos cierto que existen variantes del mismo que son absolutamente triviales y que se resuelven en crisis de llanto o episodios cercanos a la desrealización que tienden a la autolimitación. Y muchas veces en experiencias agradables, sublimes o incluso arrobadoras.

La hipótesis que he sostenido -al menos en los últimos capítulos de esta serie- es que el sindrome de Stendhal representa una patología de la identificación. Y para ello necesitaré teorizar otro tanto para exponer qué cosa es la identificación.

Identificación es según Freud un mecanismo de defensa, es decir una operación psíquica que realizamos para deshacernos de un conflicto y para que haya un conflicto es necesario que exista un otro con quien mantenerlo. La identificación es un manera de ir más allá en la relación de objeto, nos identificamos con aquello que amamos, aquello que aumenta nuestra autoestima, nos gusta como modelo o con aquello que hemos perdido o que tememos.

Esta ultima posibilidad descrita por Anna Freud con el nombre de identificación con el agresor nos pone en guardia acerca de las funciones de la identificación: no sólo nos apropiamos de aquello del otro que nos resulta agradable o queremos poseer por valioso sino que por el contrario también podemos hacerlo con aquello que nos perturba. No es de extrañar porque los conflictos se encuentran precisamente en nuestras relaciones con el otro, y una manera de resolver esos conflictos con el otro es saltando sobre ellos. Esa es la función de la identificación, un salto desde lo concreto del objeto hasta lo abstracto de su condición y un salto que pone dentro lo que antes estuvo afuera.

La identificación es pues una apropiación de algo inmaterial que es, se atribuye o fué de otro.



En este esquema en lambda propuesto por Jacques Lacan podemos visualizar mejor la topologia de nuestras relaciones con lo otro.

Podemos ver como existe un eje imaginario donde el sujeto (a) se relaciona con un objeto (a´) y que representa la relación objetal (el otro semejante). En ese eje transcurre gran parte de nuestra vida, querellas, amistades, pláticas, amoríos y conflictos con los otros, nuestros semejantes y tambien con las figuras que al final terminarán operando como modelos de identificación, es así como construimos nuestra identidad, a través de rasgos, gestos, entonaciones de la voz con un otro (usualmente los padres) o bien nos dirigimos frente a cuestiones más abstractas y nos identificamos no con lo que uno es o parece sino lo que representa, somos de este equipo o del otro, de una nación, tribu, etnia, sexo, nacionalidad, profesión, etc. Lo importante es recordar que la identificación es la manera en que nuestro cerebro transforma los primitivos vínculos concretos infantiles y los convierte en abstracciones mucho más inclusivas que la relación puntual que asi y todo sigue manteniéndose activa anidada en lo categorial.

La identificación sería una herramienta evolutiva de nuestra conciencia al servicio de mantener una identidad desgajada del común que al mismo tiempo recordara aun remotamente nuestro linaje y filiación. Una herramienta que nos permite “ser de” siendo “únicos”. Estar dentro y estar fuera simultáneamente. Pertenecer y estar excluido.

Y es además ilusoria y especular, es decir se forma a través de imitaciones que son las precursoras de la identificación propiamente dicha, como si hiciéramos gestos delante de un espejo, es por eso que al eje a-a´se le llama imaginario pues es a partir de este momento en que se establece la identificación que el sujeto va a ser capaz de imaginar, de construir y retener en su mente imágenes a voluntad.

Y en cierta forma porque las relaciones que construimos con el otro semejante son ilusorias, pues nada sabemos del otro, salvo lo que el otro nos muestra. Hay algo en el otro que es inaccesible y aunque creamos saberlo todo sobre él, lo cierto es que lo que sabemos corresponde y procede más bien de nuestra imaginación. Es por eso que todo lo que sucede en ese eje es imaginario, un “como si”, una especie de farsa a la que atendemos y consensuamos como si fuera real.

Pues en realidad lo real esta en $, en ese sujeto (barrado) del inconsciente al que a no se puede acceder de forma directa sino a través de las imágenes y lo imaginario, los síntomas y los sueños. Lo real en nosotros mismos que sólo puede manifestarse a través de la mediación del otro semejante a´, tanto es asi que sin ese otro a´no habria vida psíquica, sólo sujeto del inconsciente, sujeto de la pulsión o Ello.


es una $ barrada porque el sujeto está incompleto y es además deseante, es precisamente por este déficit que se inaugura el lenguaje que va a comportarse como vehiculo y tambien como limite, sin él la relación con el otro semejante no podria evolucionar desde la simplicidad del bebé hasta la complejidad del adulto. El deseo no se termina nunca precisamente a causa de nuestra condición de seres incompletos que tratamos de saltar esta incpmpletud a través de esas guias simbólicas que son las palabras: el supremo amo o A.

Lo importante de la identificación es que funciona no de una forma lineal sino caótica, pequeñas identificaciones en la infancia construyen grandes diferencias en la edad adulta. No es necesario llevar a cabo una identificación masiva con una figura determinada sino que basta con apropiarnos de pequeñas partes de nuestro modelo. Es necesario decir ahora que las identificaciones masivas son patológicas y denotan un profundo horror a la figura de referencia: la identificación con el agresor donde un niño victimizado se identifica con un padre sádico para terminar siendo como él una vez ha llegado a adulto nos ofrece un ejemplo muy evidente de esta identificacion patológica.

De manera que la identificación escenifica nuestra posición como sujetos o como objetos. O somos especatadores o estamos en el cuadro tal y como proclama el proverbio sufí que preside este post. Cuando miramos un cuadro estamos operando como sujetos y el cuadro es el objeto, hasta ahi comprendido.

¿Qué les sucede pues a los que han vivido una experiencia stendhaliana?


Para entender lo que les sucede a estas personas tenemos que hacer una excepción al proverbio sufi. Efectivamente el que contempla el cuadro no está en el cuadro pero…. lo transforma.

Y lo hace a traves de la mirada.

La mirada es la parte activa de la visión, la mirada es aquello que intencionalmente adelanta una hipótesis sobre lo que va a verse y esa hipótesis es siempre evidentemente algo relativo al sujeto ($) que perfora el eje imaginario cuando es atravesado por A (lo simbólico).

Y aqui A es la belleza o el concepto subjetivo que cada persona tenga de ella, pero es fundamental para que pueda darse un sindrome de Stendhal que el individuo sea sabedor del valor de aquello que va a ver: que va a enfrentarse cara a cara con la belleza y que muy frecuentemente tenga que dirimir esa batalla a solas, sin nadie (ningun a´) que intermedie entre el cuadro y él.

Es entonces cuando el sujeto (el espectador) y el cuadro (o cualquier objeto de la observación) se confunden y el borramiento entre sujeto y objeto deviene en catástrofe psicosomática o en deleite sublime aunque siempre teñido de drama.

A continuación os dejo aqui en formato pdf los articulos relacionados” publicados en este blog.



http://pacotraver.wordpress.com/2010/02/25/sindrome-de-stendhal-un-epilogo/

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