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La mentira y la Neurociencia Aplicada

En una ponencia anterior (La verdad acerca de la mentira) hacemos hincapié en muchas de las funciones adaptivas que nos proporciona el uso de la mentira, incluyendo su empleo por muchas especies que decepcionan al predador potencial, fingiendo injuria y discapacidad.




El primer psiquiatra que prestaría atención clínica a esta materia — la acción de mentir por engaño — para tantos reprobable — fue el suizo Antón Delbrück (1862-1944) quien acuñó el término, caído en desuso, de la Pseudología Fantástica.




La definición aceptada de este término es la siguiente: ‘Un síndrome clínico caracterizado por la fabricación fantaseada, usualmente elaborada, consistiendo de una superestructura de algunas realidades; erigidas sobre una fundación de distorsiones engañosas. Esta condición se detecta principalmente en el grupo diagnostico del psicopático y en otras categorías con tendencias a la impulsividad.




‘Parece ser que se origina en un esfuerzo de producir un incremento del ego. La fantasía en sí, se cree sólo temporalmente y muy pronto se abandona cuando el paciente se confronta con evidencia contraria. La Pseudología Fantástica debe de ser diferenciada de la confabulación’ (Adaptado de: Psychiatric Dictionary por R. Campbell).




Aunque no existe mucha evidencia para comprobarlo, se ha descrito que el mentiroso patológico posee un sustrato básico anatómico cerebral.




Veamos, por qué he aquí donde se encuentra el punto de inserción de la neurociencia aplicada.




Un reporte reciente de que casi un 40% de los casos designados como pseudología fantástica tienen una historia de trastornos del SNC. Hallazgos que combinados con los de la disfunción coexistente hemitalámica derecha, sugieren la posibilidad de que otros mecanismos subyacentes en el cerebro pueden jugar una función en su origen. (Véase: J. Modell J: Pathological lying associated with thalamic dysfunction demonstrated by [99mTc] HMPAO SPECT. J Neuropsychiatry 4:442–6, 1992).




Pero, aunque la psiquiatría no ha dado cupo a la decepción en su venerado DSM-IV-TR — en el mismo existen muchas categorías diagnósticas cuyos criterios sintomáticos implican directa o indirectamente el uso de la falsedad o de la mentira.




Una lista de esas categorías se reproduce a continuación:




• Simulación (Malingering)




DSM-IV-TR define el Trastorno por Simulación como la producción falsa e intencional de síntomas físicos y psicológicos extremadamente exagerados, motivados por incentivos externos como son la obtención de compensación financiera, la prescripción de drogas por médicos incautos, o para soslayar trabajo, servicio militar o persecución criminal — para no mencionar, evadir obligaciones conyugales contraídas. Mientras que el propósito de mentir es evidente en la simulación, muy a menudo no es claro que sea mentir patológicamente. En esta situación el problema permanece irresuelto ya que unos abogan por su origen inconsciente, y otros lo consideran un acto de psicopatía común. (Véanse mis artículos: El Caso Difícil Número 7 y El Narcisismo Patológico, publicados en monografías.com).




• Confabulación




Esta categoría describe falsificaciones de la memoria que aparecen con un estado de consciencia claro asociado con amnesia orgánica. El paciente intenta cubrir por faltas en la memoria con el uso de materiales improvisados. En la mentira patológica no existe amnesia de origen orgánico. Además, el patrón distintivo de la confabulación característicamente afecta la memoria reciente, en la presencia de memorias remotas, atención y concentración que permanecen intactas. La Confabulación se diagnostica como parte de los trastornos amnésicos relacionados con el abuso de sustancias, como son el Síndrome de Wernicke-Korsakoff, la Ceguera Cortical (Síndrome de Anton) y la anosognosia. (Véanse mis ponencias: La Memoria: Sus Problemas y sus Curas y La Locura Megaloblástica).




• El Síndrome de Ganser




La mentira en este síndrome está limitada a dar respuestas aproximadas en lugar de las elaboradas fantasías características de la mentira patológica. Además, el Síndrome de Ganser se asocia con otros rasgos que no son característicos de la mentira patológica, como son ofuscación de la consciencia, con amnesia resultante, alucinaciones y alteraciones sensoriales de naturaleza histérica.




Un aspecto único de este cuadro sintomático es el vorbeireden, o respuestas aproximadas en el cual el paciente suministra información absurda en respuesta a preguntas simples.


• Trastorno Facticio




En esta categoría, la producción intencional de los síntomas, físicos o psicológicos, a menudo por medio de elaboraciones falsas, es simplemente para lograr asumir la identidad de una persona enferma. El mentiroso patológico no desea aparecer enfermo. DSM-IV-TR reconoce la pseudología fantástica como un rasgo común en el Trastorno Facticio — que no es esencial para establecer el diagnóstico. Aunque el Síndrome de Münchausen cae dentro de esta categoría diagnóstica, las historias fabulosas del famoso Barón Von Münchausen (1720-1791), por quien el síndrome se llamara, serían muy fantásticas y dramáticas pero no fueron urdidas para asumir la personalidad de un enfermo, elemento crucial en el Desorden Facticio. (Véase mi ponencia: El juego brusco con los niños en monografías.com).




• Trastorno de Personalidad Limítrofe




La mentira patológica no es poco común en pacientes con trastornos de personalidad limítrofe. De hecho, la base para este trastorno es el mimetismo típico que lo distingue. Careciendo de identidad propia estable, estos pacientes mantienen conceptos contradictorios acerca de sí mismos que alternan entre ellos con frecuencia. Son predispuestos a los sentimientos confusos y pueden sufrir de pérdidas transitorias del sentido de la Realidad. Sus impulsos primitivos y la organización muy sugestionable de una personalidad indefinida hacen de ellos suelo fértil para el uso de la mentira patológica. (Véase mi artículo: La personalidad as if… La Personalidad Mimética, un concepto, a menudo ignorado, en la psiquiatría. Publicado en monografías.com y Psikis).




• Trastorno Antisocial de la Personalidad




Los síntomas de este desorden incluyen decepción y mentira por hábito, placer y beneficio. Aunque permanece debatible que los individuos con el Trastorno Antisocial de la Personalidad mienten repetidamente y consistentemente por satisfacción personal simplemente. Por virtud de la predominancia en ellos de esta tendencia, la evidencia sugiere que lo hacen por fruición. El egocentrismo patológico que caracteriza esta condición puede que suministre una clave al entendimiento del desarrollo de la tendencia a la mentira patológica que se asocia con este trastorno. (Véase mi ponencia: ¿Qué son los psicópatas?).




• Los Trastornos de la Personalidad Histriónica y Narcisista




El Trastorno Histriónico de la Personalidad se caracteriza por comportamiento dramático y procurador de atención. Estas personas mienten con frecuencia para atraer la atención y, en casos severos, las mentiras son tan frecuentes como para semejar la pseudología fantástica. Su carácter dramático, vano y superficial acoplado con su ansiedad por atraer toda la atención apuntan en la dirección del diagnóstico de Trastorno Histriónico de la Personalidad.




Los individuos con Trastorno Narcisista de la Personalidad pueden contar historias exageradas para realzar su ego y para obtener aprobación constante de los demás.




En esta condición, las mentiras se dicen principalmente por razones de auto engrandecimiento, que a menudo es obvio a quienes los observan.




Delusiones (falsa ilusiones)




Éstas son creencias falsas que son mantenidas firmemente a pesar de evidencias incontrovertibles de lo contrario y que otros no reconocen en el contexto cultural del individuo que las posee. Contrario a la persona con delusiones, el mentiroso patológico, cuando es confrontado con la falsedad de sus historias puede reconocer su mentira y las cambia. A pesar de que sea una noción controversial, muchos creen que los mentirosos, a medida que el tiempo pasa, llegan a creer en la veracidad de sus mentiras.







La verdad…

Todos, en mayor o menor medida, por acción o por omisión, mentimos. Lo hacemos en la mesura que no decimos lo que pensamos, o que decimos lo que no pensamos, y no sabemos, o incluso lo que sabemos inciertamente, para salir del paso.




Hay mentiras socialmente más positivas que ciertas verdades incontestables. Son muchas las situaciones en que una mentira doctamente trasmitida genera un efecto beneficioso — o cuando menos, paliativo.




La intención cuenta… y mucho




Según el diccionario, mentir es ‘decir algo que no es verdad con intención de engañar’. Pero, si buscamos una definición más académica, nos topamos con ‘expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, cree o piensa’.




Así que quien engaña o confunde sin ser consciente de hacerlo, no miente: simplemente trasmite a los demás su propia equivocación.




Lo que, a veces, es otra forma de mentir.




La relación que cada persona mantiene con la mentira — además de decir mucho de ella — es bien distinta a la de los demás. Hay quienes sólo recurren a la mentira cuando es compasiva, o cuando les proporciona resultados positivos, sin generar engaño importante o si se trata de un asunto banal.




Como también los hay quienes mienten a menudo, casi por costumbre, y sólo en temas poco relevantes.




Pero no podemos olvidar a quienes mienten esporádicamente pero a conciencia, generando daño a los demás o persiguiendo beneficios personales.




También los hay que mienten, o callan verdades necesarias, por timidez, por vergüenza o por falta de carácter. (Véase mi ponencia: Los chismes y las personas chismosas en monografías.com).




Por último, citemos a los mentirosos patológicos, que mienten con una facilidad pasmosa, ya sea por conveniencia ya por una absoluta y cínica falta de respeto a la verdad — ahí se encuentran los economistas de cartón, los banqueros fraudulentos, algunos abogados y los políticos de nuestro pobre país.




Sin embargo, existe una profesión en la que el uso y el entendimiento de la mentira en todas sus acepciones son de gran interés.




Esa profesión es el derecho. Aunque otras existen, en las cuales su presencia aparece, como elemento inextricable.




Leamos las noticias en California




‘Agosto 23 del 2001, la Comisión del Estado de California en el Desempeño Judicial, ordenó la remoción de su oficina al Magistrado Patrick Couwenberg por hacer representaciones falsas para obtener su posición como juez, por continuar suministrando deliberadamente informaciones falsas acerca de su magistratura, y por proveer material falsificado a la Comisión que lo investigara.

‘El juez había mentido repetidamente a otros jueces, abogados, reporteros de los medios, y a la misma Comisión. Por ejemplo, bajo juramento, afirmó que había participado en operaciones secretas de la CIA y que poseía una maestría en psicología. Cuando, en realidad nunca había estado asociado con la CIA o nunca había tomado cursos en psicología.

‘Mintió acerca haber estado en la guerra de Vietnam y de haber sido condecorado en acción por comportamiento heroico. Cuando, en verdad, nunca había obtenido su tarjeta básica para inducción militar’.




Un psiquiatra, fungiendo como Testigo Experto, afirmó que el Juez Couwenberg sufría de la pseudología fantástica y que debería continuar en su posición, siempre, asistido por un terapeuta.




Las bases para las conclusiones llegadas por el psiquiatra no fueron hechas públicas, por lo que las desconocemos.




Casos similares al del juez Couwenberg continúan haciendo su aparición con regularidad sorprendente.




Recientemente los siguientes artículos han sido encontrados en los medios de noticias.




Hombres prominentes como Joseph J. Ellis, galardonado con el Premio Pulitzer y Profesor de Historia en Mount Holyoke College. Jeffery Archer, miembro de la Alta Cámara Legislativa Inglesa (House of Lords); y Sir Laurens Van der Post, quien fuera consejero espiritual del Príncipe Charles y padrino del Príncipe William, todos fueron descubierto en el acto de mentir públicamente. (Véase: Pathological Lying Revisited por C. Dike).




Más cerca para nosotros, aunque distante en cierto modo, fueron los maratones de falsedades que caracterizaron las personas de Richard M. Nixon y Bill Clinton — sin mencionar a Bush II.




Se puede decir aquí que el concepto de la mentira patológica en el cual el individuo repetida y compulsivamente miente y dice historias fantaseadas, no es algo nuevo para la psiquiatría.




Lo que es nuevo es la abulia aparente de nuestra disciplina para explicarlo o, para rubricar muchos de estos casos como casos de ‘personalidades múltiples’. (Véase mi aporte: Bulimia, Trastornos de Regulación Cerebral y la ‘Personalidad Múltiple’).




¿Por qué mentimos?




Algunas personas casi nunca mienten por razones bien distintas a la ética o la conveniencia. Por miedo a ser descubiertos; por pereza — no hay que recordar los detalles de la mentira en el futuro — por orgullo, ‘¿cómo voy a caer yo tan bajo?’ — o porque sufren del síndrome de Asperger — Pero, si lo pensamos bien, razones bien similares son las que pueden impulsarnos a mentir u omitir, en determinadas circunstancias, lo que pensamos o sabemos que es la verdad.




Tan importante como el hecho de mentir o decir la verdad es la intención con que se hace una u otra cosa, y he ahí donde reside el verdadero dilema moral. Una mentira que a nadie daña, o incluso reporta beneficio a su destinatario, puede ser más defendible que una verdad que causa dolor innecesariamente.




‘Tú eres gorda: ¿por qué crees que debes ser concursante de belleza?’




Mentimos por muchas razones: por conveniencia, odio, compasión, envidia, egoísmo, por necesidad, o como defensa ante una agresión… pero dejando al margen su origen o motivación, no todas las mentiras son iguales. Las menos convenientes para nuestra psique son las mentiras en que incurrimos para no responsabilizarnos de las consecuencias de nuestros actos. Pero, las menos admisibles son las que hacen daño, las que equivocan y las que pueden conducir a que el receptor adopte decisiones que le perjudiquen.




Concluyamos, por tanto, que los dos parámetros esenciales para medir la gravedad de la mentira son la intención que la impulsa y el efecto que ésta causa. En lo que se parecen al chisme o a su hermanastra cercana, el rumor.




Ocultar y falsear




Quien oculta la verdad retiene parte de una información que para el interlocutor puede ser interesante aunque, en sentido estricto, no falta a la verdad. Sin embargo, quien falsea la realidad da un paso más, al emitir una información espuria con etiqueta de ser real. Resulta más fácil mentir por omisión, a pesar de que puede resultar tanto, o más dañino e inmoral, que la mentira activa.




Se recurre asimismo al falseamiento cuando se ocultan emociones o sentimientos que aportan información relevante al interlocutor, en la medida que pueden inducirle a error de interpretación o a iniciar acciones inadecuadas.




En el amor, esto todos lo hacen…

También podemos mentirnos a nosotros mismos, para evitar asumir alguna responsabilidad, o por temor a encarar una situación problemática, o por la dificultad que nos supone reconocer un sentimiento o emoción. Invariablemente, antes o después, este autoengaño nos lleva a mentir a los demás.




Otras formas de mentir son las ‘verdades a medias’ — el mentiroso niega parte de la verdad o sólo comparte una fracción de ella — y las ‘versiones oficiales’, en las que se dice la verdad pero de un modo tan exagerado o irónico que el interlocutor, casi ridiculizado, la toma por no cierta. (Véase mi ponencia: La Versión Oficial).




La mentira tiene sus variedades




La mentira razonada persigue un interés concreto, es malévola y se emite con la intención de perjudicar o engañar. Ésta es la mentira que define al psicópata. En la mentira sentimental, lo que se dice o se hace no concuerda con la situación emocional de la persona — la mentira del amor. Mientras que en la mentira compensatoria, común en los niños, hacemos creer que somos lo que no somos: más jóvenes, mejor informados, menos anticuados… Pero existen también otras clases de mentiras: chismes, rumores y las mentiras piadosas.




El mentiroso no tiene edad y la mentira puede darse en todo el ciclo de vida.




El niño es mentiroso en la medida en que sus fantasías se hacen presentes para confundirlas con realidades. El adolescente lo es cuando su encuentro con el mundo real le causa frustraciones y las quiere evitar. El joven miente porque no se ve capaz de afrontar las verdades que le contrarían. El adulto es mentiroso cuando no ha superado los obstáculos que le ha puesto la vida, y engaña para sentirse el triunfador que nunca ha sido. Mientras que el anciano miente cuando no justifica, por vergüenza, los errores que ha cometido a lo largo de su existencia.




Todos mentimos para reparar la autoestima, lo que nos hace pensar que la mentira y el instinto del lenguaje están localizados en áreas vecinas del cerebro como nos lo enseñara Paul McLean. (Véase: The Triune Brain por P. McLean).




Para no ir muy lejos en esta conjetura hipotética que ofrezco, sugiero consultar mis varias ponencias en la neurociencia y la psiquiatría y mi artículo: Historia clínica: El caso de P. P. Gage en monografías.com.




Nuestra relación con la mentira — con qué frecuencia mentimos y qué gravedad tienen esas mentiras — la podemos ver como un índice que mide nuestro grado de responsabilidad y madurez; de cómo afrontamos las frustraciones, y si mostramos una coherencia en las actitudes y comportamientos en nuestra vida.




Mentira y confianza




El cimiento sobre el cual se edifican las relaciones humanas es la confianza o la fe. La relación entre los seres humanos no precisaría de la confianza si fuéramos transparentes — pero no lo somos. El descubrimiento absoluto de nuestra intimidad, al contener propósitos e intenciones que podrían estropear el diálogo, frenaría la relación social. Recurrimos, todos, a un protocolo de comunicación, y el fingimiento, el disimulo y la mentira son — aunque cueste reconocerlo — componentes esenciales de ese arreglo.




No somos igual de sinceros ante unos que ante otros, esto es obvio. Todos mostramos un cierto grado de opacidad ante los demás; ya que no siempre, más sinceridad, genera una mayor confianza. La información es poder. Saberlo todo sobre alguien, equivale a una forma de posesión. En cierto sentido, la profundidad de la amistad o del amor se mide por el grado de conocimiento recíproco de la intimidad, y por la confianza existente entre los interlocutores.




La confianza es una actitud básica, porque rige la totalidad de las interacciones. La necesitamos, pero la usamos en las dosis que, según nuestro criterio, cada caso precisa. En el momento que surge la comunicación con otra persona hemos de depositar en ella cierto grado de confianza, que es el termómetro de la importancia y vinculación que mantenemos con ella.




Apostar por la confianza del otro es considerarle de fiar.




Fiarse de alguien significa creer que las probabilidades de ser engañado son muy escasas o inexistentes. Si queremos ser creíbles, gozar de la confianza ajena, tendremos que olvidar el engaño y la mentira. El crédito que tenemos ante los demás es un tesoro frágil y no perenne, ya que se actualiza y revisa en cada acción, en cada diálogo, que acaban convirtiéndose en una constante prueba de certidumbre. Es responsabilidad de cada uno de nosotros relacionarnos desde la verdad, lo que no implica el ofrecimiento de toda la intimidad. Cada cual y en cada momento ha de valorar qué y cuánto de su intimidad quiere participar al otro.




La mentira puede hacer daño al destinatario pero en última instancia a quien más perjudica es al mentiroso, ya que le convierte en una persona poco íntegra, indigna de confianza y carente de crédito. Lo dice el refrán: ‘En la persona mentirosa, la verdad se vuelve dudosa’.




Verdades acerca de la mentira




• Hay muchas clases de mentiras: algunas pueden ser convenientes, pero lo más correcto es recurrir al engaño lo menos posible.

• Sin intención de engañar, no hay mentira.

• La intención que la motiva y los efectos que causa definen la gravedad de una mentira.

• La mentira es tan dañina para quien la recibe como para quien recurre a ella.

• Una nos lleva a la otra, y puede marcar, siempre negativamente, nuestra manera de relacionarnos con los demás.

• El mentiroso es un ser inseguro, egoísta, irresponsable, o inmaduro. O todo ello a la vez.

• Una de las más perniciosas clases de mentira es el autoengaño. Si nos creemos y mostramos como no somos, nunca sabremos si nos quieren o desprecian a nosotros, o a la imagen fraudulenta que nos hemos fabricado.




En resumen




La mentira es fenómeno defensivo y natural y, aunque parezca extraño está ligada a la capacidad intelectual del individuo, a su desarrollo psicosexual y a su equilibrio emocional.




Para la terapia, el entendimiento de las mentiras de nuestros pacientes es vital, ya que nos revela, de modo elocuente, sus conflictos y dilemas más preocupantes y, a menudo, para ellos mismos, más inaccesibles.




Pero, todo siendo igual, es mejor vivir con verdades que sean amargas que con mentiras que sean piadosas… es la verdad…


http://blogs.monografias.com/sistema-limbico-neurociencias/2010/02/11/la-mentira-y-la-neurociencia-aplicada/

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