miércoles

Guía para un Nuevo Milenio (11)

Tengo muchas preguntas. ¿En qué términos se concreta, ya en la otra dimensión, la que los creyentes consideran de Dios omnipresente, una plegaria? A los ojos de la neurociencia, ¿en qué consiste una plegaria y cual es su naturaleza y composición energética en el cerebro? ¿Se produce alguna actividad neuronal que trascienda más allá del sujeto que la produce? La frecuencia energética de nuestros pensamientos, ¿puede ser de interés para alguien que juega con nuestras emociones? ¿Son nuestras emociones más dramáticas el alimento de unos entes a los que no vemos?
Parece ser que la meditación produce una serie de benéficos resultados a quienes la practican. Se dice que se reduce la presión arterial y el estrés. De hecho, puede que la meditación frene una cierta actividad cerebral que origina miedos. Otras investigaciones afirman que meditar incide positivamente en la actividad del sistema inmunológico. Ahora bien, ¿qué sucede cuando no hablamos de meditación, sino de plegaria?
La plegaria es una súplica, bien espontánea, bien por medio de una oración diseñada para ese fin, dirigida a un ente superior (da igual si a Dios, la Virgen, los santos o los aliens), y de la que se espera una respuesta afirmativa. Consecuentemente, meditar (entendido como acto de serena reflexión) no es lo mismo que realizar una plegaria. Después de todo, somos seres espirituales, y el tono que le damos a los hechos que realizamos, la emoción con que nos expresamos, imprime su sello en el ser de esas manifestaciones, cualesquiera que sean.
Los doctores Jon Kabat-Zinn, de la Universidad Médica de Massachussets, y Richard Davidson, director del Laboratorio de Neurociencia de los Afectos de la Universidad de Wisconsin, han trabajado en profundidad sobre el terreno de la meditación aplicada en medicina. Según ellos, la práctica de la meditación -que no deja de ser una expresión de la conciencia liberada del mito- robustece las neuronas de la corteza prefrontal izquierda (ubicada tras la frente. Se cree que es la zona cerebral que origina las emociones positivas) y actúa favorablemente sobre la amígdala cerebral, responsable de la sensación de miedo.
(La amígdala cerebral, conjunto de neuronas situado en el lóbulo temporal del cerebro, está directamente vinculada a las experiencias emotivas y su recuerdo.)
¿Está Dios en los genes? es el título de un interesante artículo firmado por Ángela Boto, en el que se exponen las más recientes investigaciones del doctor Andrew Newberg, que giran en torno a cómo la práctica espiritual -véase meditación- tiene su reflejo en el campo de la actividad cerebral: ‘Pero el hallazgo más sorprendente fue que al mismo tiempo se desactivan los lóbulos parietales (OAA), las regiones situadas aproximadamente debajo de la coronilla en los dos hemisferios (cerebrales). Se podría decir que esta área es la residencia del sentido del yo, es donde radica el concepto de la individualidad. La reducción de la actividad durante la meditación o la oración tiene como consecuencia la disolución de las fronteras entre el yo y el entorno y conduce a la sensación de comunión con el universo, de pertenencia a la totalidad. Exactamente lo que describen los que alcanzan un estado profundo de trascendencia espiritual, de misticismo’.
Dicho esto, cuándo una oración o plegaria –como es el Santo Rosario- es profundamente interiorizada por el creyente, revelando culpabilidad (que no sentido real de la responsabilidad), temor a ser castigado o a faltar a los preceptos de la doctrina, ¿es el proceso cerebral de ese individuo -y la energía liberada en dicho proceso- del interés de los seres que se ocultan tras el mito? Podría ser. De hecho, los dos fenómenos a los que nos hemos acercado –el religioso y el ovni-, convergen en un espacio común: congregar a cuantas más personas mejor en un espacio determinado, todas sintonizando sus psiques en una misma idea de conexión, de comunión con las entidades sobrehumanas. ¿Hacen acopio de energía?
Este hecho, aparentemente anecdótico, hace pensar que existe algún motivo capital, realmente crucial, por el cual el mito gusta de la concentración de personas bajo con un común interés: el contacto con ellos. Forma parte del estribillo de las apariciones religiosas: Constrúyeme un altar, una capilla; por norma, la pequeña construcción acaba engrandeciéndose para dar cabida al creciente número de peregrinos.
También lo vemos en los cultos platillistas y sus concentraciones campestres, rastreando los cielos, ayunando y elevando oraciones de bienvenida.
Más allá de su ordinaria intromisión cotidiana, a través de los factores culturales que -siendo inspirados por ellos- creemos parte de nuestra idiosincrasia, ¿sería posible que estos entes emplacen a las masas a reunirse en un lugar concreto porque el factor grupal juega un papel importante en la acentuación de las emociones que a ellos les conviene?
Ciertamente, en las manifestaciones multitudinarias se aviva el fervor. La colectividad se nutre a sí misma, incrementando el elemento sugestivo, evocando las emociones propicias, facilitando el ajuste de la psique a una frecuencia determinada.
Tal vez esos entes precisen del consentimiento de los humanos para legitimar una acción depredadora sobre ellos. Eso explicaría la necesidad de agruparlos en creencias religiosas (también políticas, no me cansaré de repetirlo) en los que se promete obediencia al dios, al líder, y seguimiento a la doctrina.
Pero más aún: Los testigos principales de las teofanías que hemos conocido en este trabajo son interrogados por los entes que se les aparecen, sobre si consienten ser un sufrido y resignado instrumento para la conversión de masas. Bernadette de Lourdes y los pastorcillos de Fátima son buena muestra de ellos. No menos interesante es recordar que la Virgen aparecida a Catherine Labouré en 1830 le indica una oración que invita a rendirse a lo desconocido: María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti.
Se les pide que autoricen la intervención directa de un poder que, en aras de extenderse sobre las mentes más impresionables, les utilizará para personificar en ellos la viva imagen de la obediencia incondicional.
Podría ser que esta burocracia, este mecanismo que exige conformidad del ganado para ser presa, se mantenga hasta que demos el paso de considerarnos suficientemente dignos (y comportarnos consecuentemente, claro) como para prescindir de tutores invisibles.
Puede que todo ello explique el primitivo e insistente interés que el mito ha evidenciado, desde que el mundo es mundo, por congregar a la multitud en lugares que se empeña en darle la denominación sagrada. El simple hecho de atribuirle a unos metros cuadrados semejante dignidad sirve de instrumento para facilitar al creyente el acceso al estado emocional deseado por los embaucadores.
Ciertamente, no deja de ser una trampa, una maquinación respetada por el imaginario colectivo, de la que muy pocos logran sustraerse. La historia humana está trufada de episodios de guerra cuyo protagonista era un determinado lugar sagrado. Puede que ello sea uno de los más vergonzosos sucesos de nuestro currículo global. Ojalá llegase a ser parte del pasado y podamos contarle a las generaciones venideras que un día ya remoto fuimos tan rematadamente ignorantes y sacrílegos que otorgamos excelencia a un trozo de tierra.
Hasta que ese esperado amanecer llegue a ser una realidad, sirvan estos renglones para sumarme a las conciencias que denuncian cuan grande y doloroso puede llegar a ser nuestro oscurantismo. A los dos últimos adjetivos hay que sumar un tercero, siempre presente en asuntos de fe: sangriento.



http://tavojimenezdearmas.blogspot.com/2010/01/guia-para-un-nuevo-milenio-11.html

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