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¿Es la anorexia mental la consecuencia de la rivalidad sexual entre mujeres?

Para una mujer joven ser aceptada y ser atractiva es más que un deseo comprensible, es vital, una cuestión de supervivencia cuyos aprendizajes cada vez más precoces y relacionados con el galanteo y el apareamiento tienen un singular parentesco con los desordenes alimentarios. Algunos autores como Abed han llegado a proponer la hipótesis de que la competencia sexual entre mujeres es la causa de los trastornos alimentarios

Clásicamente se ha señalado, sobre todo por los psicoanalistas que la anorexia representaba un rechazo inconsciente a la femineidad o a la adquisición completa de un cuerpo femenino. Sin entrar a contradecir esta afirmación (que pudo ser cierta en las anoréxicas del siglo pasado y comienzos del XX), podemos afirmar que las anoréxicas de hoy no se caracterizan por un rechazo a la femineidad sino por una adaptación rígida a modelos hiperfemeninos (Gordon 1994). La razón por la que ha aumentado la competencia entre las hembras humanas tiene que ver con dos factores principales: la mayor disponibilidad sexual de las hembras, y la llegada cada vez más precoz de hembras al “mercado sexual”.

Crisp ha señalado acertadamente a partir de sus estudios transculturales, de anoréxicas de niñas que procedían de culturas islámicas o africanas y educadas en el Reino Unido que la mayor tolerancia sexual de estos países en relación con sus culturas de origen podía suponer una presión selectiva sobre ellas que se verían así entre dos fuegos: una presión cultural por mantener relaciones sexuales de una forma libre y precoz y otra presión procedente de su cultura que muchas veces se halla en contradicción con aquella. En mi opinión esta presión es común tanto a las niñas que proceden de países africanos o asiáticas como en las autóctonas dado que viene a dislocar un elemento que durante muchos años ha operado como un inhibidor sexual que ha mantenido a las muchachas púberes apartadas de los influjos sexuales directos, me refiero al constructo psicoanalítico conocido como “fase de latencia”, un periodo de inactividad sexual que tiene como propósito apartar a las niñas de la tarea reproductiva mientras están aprendiendo cosas útiles para su supervivencia posterior y que es más dilatado en tanto es mayor la complejidad de la sociedad en que viven. La contradicción está en que en nuestra sociedad, la de mayor complejidad que pueda pensarse ha aflojado sus controles inhibitorios llevando a nuestros adolescentes a una presión desmedida en cuanto a mantener sus primeras relaciones sexuales, que han pasado en poco tiempo desde una conducta de escarceo y ensayo hasta las relaciones completas, sin las que muchas de estas adolescentes quedan fuera de ese “mercadeo sexual”, estigmatizando su socialización.

A diferencia del resto de especies, el ornato, adornos, colorido, plumas y actos demostrativos que son características de los machos, son en la especie humana patrimonio de las mujeres. Esta diferencia es muy importante para comprender como en nuestra especie se han distribuido los papeles de la rivalidad y la competencia sexuales .

Existe una correlación entre el adorno, colorido, cantos o colas llamativas y la dificultad con que los machos acceden a las hembras. Para hacer el argumento más sencillo podemos concluir que a más competencia entre los machos por las hembras más demostraciones visuales o acústicas se pondrán en juego como mecanismo de galanteo. En este sentido, es cierto que las hembras son, en la mayoría de las especies, un bien comunitario a proteger y que los machos competirán y aun: derivarán su agresión hacia ellos mismos para ganarse su derecho a reproducirse. Un derecho que sólo ganarán algunos, aunque los estilos reproductivos como la monogamia, poligamia y promiscuidad se hallen representados en toda la escala animal, es decir se trata en todos los casos de estrategias evolutivamente estables en el sentido de Trivers..

Lo que es un enigma es la razón por la que en la especie humana esta distribución de papeles se ha establecido al revés de todas las criaturas conocidas, al menos entre los mamíferos, siendo como es la proporción entre machos y hembras estable y en torno al 50%, ¿Cómo puede explicarse esta inversión en los roles demostrativos? ¿Es el macho un bien comunitario a proteger en nuestra especie?

Entre las especies donde la hembra elige al macho lo usual es que sean los machos los que hacen ostentación, mientras en aquellas especies donde elige el macho, la ostentación viene incluida en la competencia agonística entre los machos. Este paradigma de la etología, nos lleva a preguntarnos ¿quién elige a quién, en nuestra especie?

Una de las características del cortejo en los humanos es el hecho (que no compartimos con el resto de la especies) de la disociación que hacemos tanto los hombres como las mujeres en nuestros motivos de elección de pareja. Así podemos elegir según decidamos llevar a cabo una estrategia a corto o a largo plazo. Mi impresión es que en las relaciones a corto plazo, es la hembra quien elige, por la razón fundamental de que existen menos hembras que machos interesadas en este tipo de relaciones, mientras que en las relaciones a largo plazo son los machos los que eligen. Esta disociación explicaría la presencia de ornato, plumas, adornos, maquillajes y ropas sugerentes en la mujer y la conquista de rango social por parte del hombre, que les aseguraría a ambos el éxito en el corto plazo.

Lo que es seguro es que la rivalidad femenina es un programa genético derivado de la competencia agonística y si ha sobrevivido a la deriva filogenética es porque ha producido grandes beneficios a las hembras que lo adoptaron. La evolución no hace gastos superfluos y debemos concluir que este programa genético está bien instalado en el cerebro sexual de la hembra humana.

En mi opinión la razón de esta contradicción de modelos en la conducta demostrativa se halla emparentada con la elección de la monogamia como modelo hegemónico de preferencia en la selección de parejas por parte de las mujeres.

Todo parece indicar que la monogamia evolucionó desde una sexualidad de ordalía y promiscuidad y que representó un hito en las relaciones de pareja y comunitarias. Abrió horizontes de cooperación y de ahorro a largo plazo entre los individuos, favoreció la crianza de los hijos y permitió acumular bienes económicos que terminaron por defender los intereses a largo plazo de hombres y mujeres, jóvenes y viejos, asegurando un mejor reparto de las tareas y de las cargas.

La hembra mamífera atada de pies y manos a su función reproductiva vivípara, parte con una penalización original con respecto a los machos de su misma especie. No sólo lleva la peor parte en la distribución de tareas reproductivas sino que sus partos, lactancias y crianzas de su prole la mantiene ocupada de por vida sin contar con las amenazas sanitarias que soportan debido precisamente a su “función materna” y a la estrechez de su canal pélvico derivada de la bipedestación. Entre el macho y la hembra mamífera existe una asimetría programada por la especie, una asimetría biológica.

No sucede así en todas las especies por igual pero es una constante en la mayoría, sobre todo – como he dicho antes en los vivíparos -. La distribución de tareas de reproducción y de cuidado de la prole tienen una amplia gama de recursos en la naturaleza, que recorren desde la monogamia, hasta los harenes o la simple promiscuidad. Sin embargo la estrategia evolutivamente más estable para asegurarse la colaboración del macho en las tareas del cuidado y alimentación de la prole, es sin duda la monogamia. De hecho los trastornos alimentarios no sólo no existen en los países con escasos recursos alimentarios sino que son prácticamente desconocidos en aquellas sociedades que regulan el matrimonio a través de la poligamia (Khandelwal, 1991), lo que puede interpretarse aceptando que la poligamia es protectora para los conflictos agonísticos de la mujer (rivalidad intrasexual mujer- mujer)

Para una hembra monógama, discriminar las intenciones del macho para las tareas ulteriores al propio coito son tan necesarias y vitales como asegurarse una pareja sexual atractiva, tan importante es pues atraerlo como mantenerlo, en palabras de Buss “la evolución ha favorecido a las estrategias femeninas diseñadas para evaluar estas intenciones en paralelo con su preferencia por la sensibilidad y el alto estatus socio-económico del varón”. (Buss 1989).

Trataré de explicar qué cosas son las que hacen las hembras para discriminar a los machos colaboradores de los machos galanteadores y qué cosas son las que hacen los machos para librarse de la carga de la crianza de sus hijos que les impedirá seguramente tener otros hijos con otras hembras dispuestas.

Mantengo la suposición de que tanto machos como hembras harán lo que mejor se acomode a los planes de sus genes, que aunque carecen de intencionalidad ejercen una presión evolutiva sobre los individuos portadores de tal modo que podremos concluir que tanto machos como hembras adoptarán las estrategias necesarias para tener el máximo de hijos al menor precio posible de cuidados y de inversión en su alimentación.

Ya he dicho que en esta partida de naipes la mujer parte con una desventaja al margen de su mayor inversión de nursing y teaching: no puede abandonar a sus hijos mientras están en su vientre, cosa que podrían hacer y de hecho hacen los peces que ovulan en el lecho del río cuando el macho está listo para eyacular y aprovechar esa fracción de segundo para dejar al macho descuidado o imberbe al cuidado de la nidada. La hembra vivípara no puede abandonar a sus crías como hacen las sepias, lo que si pueden hacer – y de hecho hacen- los machos que las fecundaron, con algunas excepciones.

Estas excepciones son diversas según las de distintas especies, pero siempre tienen que ver con las condiciones o el pago que impone la hembra al macho previamente al coito, a veces puede tratarse de una estrategia de simple aplazamiento o de escarceos demostrativos de huida previos al acoplamiento.

. Este pago puede relacionarse con la condición de que le construya un nido, que le aporte regalos o comida o que escarbe en la tierra una buena madriguera, como ejemplo de laboriosidad previa al consentimiento. Todo parece indicar que las hembras que adoptan una estrategia esquiva con respecto a los galanteos del macho se aseguran un mayor “cumplimiento” por parte de este en la parte que le toca en el contrato, siempre y cuando -claro está – la “prueba” no sea demasiado dura o agotadora o no existan en el entorno inmediato otras hembras fáciles que no pidan nada a cambio. Un macho que ya haya invertido determinados recursos en la seducción de una hembra estará menos dispuesto a dejarla, dado que este abandono le dejaría con parte de su inversión sin crédito que ofrecer a otra hembra. Este argumento debe ser cierto en aquellas especies donde las hembras esquivas son la regla. y evolutivamente estable en muchas especies animales, pero naturalmente no es así del todo en el ser humano.

Las hembras de nuestra especie están distribuidas de un modo ecológicamente estable entre esquivas y fáciles. Su equilibrio se mantiene por oscilación como siempre sucede en los sistemas abiertos. Una mayoría de hembras esquivas asegura el “cumplimiento” de los machos domésticos, pero no de los galanteadores. Las hembras no tienen manera de conocer de antemano las “verdaderas intenciones de los machos”, porque inmediatamente surge la contraestrategia evolutiva, si las mujeres esquivas abundan, los machos desarrollarán conductas engañosas a fin de cohabitar con ellas y disimular sus verdaderas intenciones de abandonar a la hembra a su suerte apenas haya comenzado la crianza.

Por otra parte una mayoría de hembras fáciles dejarían en desventaja a las esquivas que aspiran a la monogamia y su efecto de llamada aumentaría el numero de machos galanteadores con lo cual y de nuevo, el convertirse en macho doméstico pasaría a ser una rareza por la que competirían las hembras a su vez, multiplicando el número de machos domésticos.

El número de machos domésticos y galanteadores junto con las hembras esquivas y fáciles se encuentra en todas las comunidades vivientes en un equilibrio matemático, en torno al cual se establece una densidad estable. El sistema tiende hacia la autoregulación, apenas se desequilibra momentáneamente, siempre que se entienda que este adverbio en términos evolutivos precisa más de una generación.

Las hembras humanas (al menos las occidentales opulentas) se agrupan en torno a este atractor ideológico (un meme) que es el “atractivo físico” y la rivalidad sexual que a su vez es un programa genético yuxtapuesto y mucho más aquellas mujeres intelectuales, perfeccionistas y sensatas que forman el grupo de las más vulnerables para padecer esta enfermedad. Sin saberlo la hembra compite con otras hembras por el bien social que representa el macho doméstico, aquel que no abandona a la hembra después del parto aun habiéndola escogido por su atractivo sexual que por si mismo no asegura la cooperación posterior.

Si es cierto que la anorexia representa la activación del programa rivalidad llevado al paroxismo, en una sociedad de hembras competitivas y alienadas habrá que suponer que una forma de neutralizar este fenómeno se realiza a través de posibilitar una relación en exclusiva con el padre sin la interferencia de la madre (De Giacomo 1993), lo que contiene sugerencias terapéuticas de elevado interés. No hay que olvidar que la posición anoréxica es una postura de elevado poder para aquella que la ejerce en relación con el manejo de su ambiente

La mayor enemiga de una hembra fascinada por la monogamia es la hembra fácil, aquella que simplemente escoge a los machos (a los hombres) en función de su atractivo físico, de su posición social o de su rango jerárquico a un costo o precio distinto al de la cooperación. La primera objeción que se puede poner a esta clasificación de hembras esquivas o de hembras fáciles (que es un ejemplo sacado de la etología) es que las hembras humanas no son todo el tiempo esquivas o fáciles, como tampoco es cierto que los hombres sean todo el tiempo domésticos o galanteadores. Claro que no, el ser humano ha desarrollado – quizá debido a la enorme potencialidad de sus aprendizajes- la capacidad de ser hoy domestico y mañana galanteador, así como la hembra ayer esquiva puede tornarse mañana fácil con la misma u otra pareja, en el descubrimiento de algo que se ha venido en llamar la monogamia sucesiva, una forma de monogamia al fin y al cabo que no hace sino someter a la mujer a nuevos esfuerzos de por vida a fin de mantener sus parejas sucesivas. De hecho está establecido que los trastornos alimentarios correlacionan con dos factores de relevancia sociodemográfica: una elevada tasa de divorcios y la baja tasa de natalidad, ambas predicen una alta tasa de casos. (Abed, 1998)

Lo que es lo mismo que admitir que el ser humano ha desarrollado en mayor medida que otras especies una mayor capacidad de engañar, (en este caso engañar con la apariencia) disimular los engaños y también discriminar las intenciones engañosas de los demás para con nosotros mismos puesto que lo mejor para un grupo humano en términos de estabilidad evolutiva es que las hembras sean esquivas las 5/6 partes del tiempo (o de la población total) y fáciles la 1/6 parte (o población) restante, siempre que los machos domésticos representen el 5/8 del total o del tiempo invertido en cooperar y los galanteadores sólo representen el 1/8 del total de la población o el tiempo invertido en merodear. Es en este punto exacto donde el sistema se estabiliza hasta la próxima descompensación generacional (Dawkins, 2002)

Se podrá enseguida decir que estos argumentos no tienen nada que ver con los problemas que plantean las anoréxicas de hoy y es cierto, porque este dilema no solamente afecta a las anoréxicas, afecta a todas las mujeres actuales, como en el siglo XIX les afectó a todas el doble modelo de moral sexual aunque no todas desarrollaran síntomas de enfermedad mental: en aquel caso no todas las mujeres eran histéricas, aunque quizá las histéricas del XIX no eran sino el síntoma de una enfermedad social más amplia que se llamaba disimulo, como la de hoy se llama apariencia.

Se trata tan sólo de un intento más de explicar cual es la sobrecarga adicional que la mujer actual tiene que soportar respecto a sus antepasadas, una sobrecarga que procede de su búsqueda de simetría y de competencia sexual a través de la belleza física y de los rendimientos intelectuales, un meme que ha venido a ocupar el lugar de la rivalidad entre hembras que buscan a ciegas un hueco en la mirada del otro que lleva a muchas de ellas no sólo al fracaso reproductivo sino a la decrepitud y devastación física y mental.

Bibliografía.-

BUSS, D.M.:

(1995): “Psichologycal sex differences: origins thought sexual selection”. American Psychologist, 50(3), 164-168

ABED R T. :

- “The sexual competition hypothesis for eating disorders” British Journal of Medical Psychology” 71:525-547 1998.

- “Psychiatry and darwinism. Time to reconsider?”. British Journal of Psychiatry 177:1-3. (2000)

BUSS, D.M. & SCHMITH D.P.(1993): ” Sexual strategies theory:an evolutionary perpective on human mating”. Psychological review, 100(2), 204-232.

BUSS, D.M.(1999): “Evolutionary psychology: The new science of the mind”. Allyn & Bacon.. Needham Heights. USA

CRISP.A.H.: (1980) “Anorexia nervosa: Let me be” London. Academic press Inc.

DAWKINS Richard (2002): “El gen egoista” Salvat- Ciencia. Barcelona

DALY M. WILSON. M (1983): ” Sex, evolution, and behavior”. Belmont. California. Wadswortoh.

DE GIACOMO, P (1993):” Finite systems and infinite interactions: the logic of human interaction and its application to psychotherapy”. Bramle Books. Norfolk.Conn

Nota.- Este post es una parte de un articulo que se publicó en psiquiatria.com en 2004 y cuyo texto completo está aqui.


http://neurobudismo.wordpress.com/2010/02/26/%C2%BFes-la-anorexia-mental-la-consecuencia-de-la-rivalidad-sexual-entre-mujeres/

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