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Sexo y violencia: una íntima y volátil relación

En nuestro esfuerzo por comprender el comportamiento violento de los hombres, regido por una agresividad innata que, en interacción con otros factores medioambientales, nos lleva a eliminar a otros de nuestra misma especie, he mencionado la importante contribución de la psicología evolutiva y otras ciencias cognitivas. A continuación sintetizo algunos elementos importantes a tener en cuenta para comprender la compleja interrelación entre sexo y violencia.

El libro de Terrence Deacon (1997), The Symbolic Species: The co-evolution of language and the brain, nos provee de una interesante teoría que intenta explicar en qué momento, cómo y por qué surge el lenguaje, una de las características más distintivas del ser humano respecto al resto de las especies. Según Deacon, un especialista en neurociencia y antropología evolutiva, algo importante ocurrió en las sabanas africanas hace dos y medio millones de años, durante la transición de los primeros homínidos hacia el Homo habilis. Las herramientas elaboradas y utilizadas por este ancestro dieron paso a importantes cambios en el tamaño del cerebro y su estructura, lo cual facilitó la adopción de símbolos para la comunicación lo cual, a su vez, dio paso a posteriores desarrollos de lo que llegaría a ser el cerebro del Homo sapiens, hace unos dos cientos mil años, con un volumen que casi duplica el del Homo habilis. Dos preguntas interesantes se derivan de ello: ¿Por qué surgió la comunicación simbólica? ¿Cuál fue la presión evolutiva que favoreció su selección natural y que, al final de cuentas, configuró la mente humana?


Ante diversas hipótesis generalmente mencionadas como ventajas reproductivas del lenguaje –por ejemplo, en respuesta a la necesidad de organizar la cacería, redistribuir los alimentos, planificar la defensa del grupo ante amenazas externas, enseñar sobre el uso de las herramientas, transmitir experiencias, establecer alianzas, o simplemente entrenar a los niños para la sobrevivencia–, Deacon advierte que el poder del lenguaje no puede invocarse como explicación de su origen. Prefiere plantear el cambio en la estrategia comunicativa en el contexto que le dio origen. La fuerza generadora de muchos cambios y especializaciones en comunicación de diversas especies es la competencia sexual entre machos para atraer a las hembras –es decir, acceder a ellas para la reproducción–. Comunicación que también sirve a las hembras para evaluar a los machos y elegirlos según ciertos criterios, como ser buenos proveedores para la prole.

La reproducción, es decir, la transmisión de genes –que es parte central de todo proceso evolutivo–, requiere más que la simple fertilización de un óvulo, especialmente en las aves y los mamíferos, porque necesita del cuidado de las crías. Cuando dicho cuidado demanda la contribución de ambos progenitores, lo que más importa no son las características físicas de la pareja sino su capacidad para proteger exitosamente la descendencia. Por lo tanto, se requiere de intercambio de información sobre las habilidades paternales o maternales de la pareja.

Dos modelos de la naturaleza

En la mayoría de mamíferos hay una gran inversión en tiempo y esfuerzo físico por parte de la madre durante el embarazo y la lactancia, por lo que el acceso a hembras y su alimentación son recursos escasos. Entonces, el esfuerzo reproductivo de las hembras no se enfoca en tener muchos hijos, sino en dar el mayor apoyo posible a cada uno de ellos. Ante tal esfuerzo reproductivo, las hembras son más selectivas que el macho en lo que respecta a quién aceptarán como pareja. Eso, según Deacon, es lo que empujó hacia la evolución de complejos medios para extraer información sobre los candidatos.

Para los machos, como el número de hembras embarazadas determina su potencial reproductivo, ya que en cualquier momento sólo uno de ellos puede fertilizar a determinada hembra, su reto es generar información que influencie o, incluso, manipule la decisión de la hembra. Ella, a su vez, necesita de mecanismos para detectar casos de desinformación o engaño.

Si un sexo está libre de responsabilidades de crianza, entonces su energía la dirige hacia maximizar su acceso al sexo opuesto, compitiendo por territorio o directamente por parejas. En estos casos, la información se transmite por medio de un comportamiento violento, que puede incluir peleas y amenazas entre los machos que desean ser elegidos. Las hembras generalmente hacen su elección basadas en el desempeño físico y mental mostrado por los machos durante la disputa para desplazar al adversario y controlar cierto territorio. Sin embargo, esta no constituye una comunicación simbólica, pues no se requería de información adicional, únicamente de coordinación copulatoria.

En contraste, cuando la crianza requiere de ambos progenitores, las fuerzas evolutivas tienden a favorecer parejas cooperativas con fuertes vínculos emocionales y de exclusividad. Lo cual eleva los requerimientos de buena información, pues los costos potenciales por equivocación son más altos. Por lo tanto, la comunicación tiende a ser más elaborada y compleja. Se necesita evaluar a la pareja tanto en su condición física y capacidades para defensa de recursos, como en sus habilidades de crianza, y probabilidad de fidelidad.

Los incentivos, sin embargo, también pueden generar otros equilibrios: machos que embarazan a una hembra pero logran que otro cuide de su cría, y hembras que intentan maximizar tanto las características genéticas con un macho, como los cuidados paternales de otro. Por lo tanto, la evolución tendería a favorecer mecanismos para evitar que alguien se quede atrapado con una pareja incompetente, sin credibilidad e infiel. Por ello, la importancia del cortejo para hacer una evaluación acertada de la pareja.

En grupos con complejos arreglos reproductivos, como en el caso de los primates que viven en numerosos grupos con muchos machos y hembras –por ejemplo, chimpancés y baboons–, la comunicación para acceder y seleccionar pareja incluye dinámicas sociales como la creación y sostenimiento de alianzas para la cooperación.



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