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El amor como paradigma de los sentimientos humanos

El viaje real hacia el descubrimiento tiene que ver más con tener nuevos ojos para apreciar, que con hallar nuevas tierras. (Marcel Proust)




Pensar en que vivimos dentro de un período de progresos científicos incomparables, es no hacer justicia a todo lo que hoy sabemos, continuamos descubriendo, y que en un futuro cercano llegaremos a entender. Lo digo así, porque es un hecho indisputable que nuestras ciencias del comportamiento, han sido alteradas para siempre con el advenimiento de la neurociencia. (Véanse mis muchas ponencias al respecto).




Estudiando las diversas actividades neuronales de nuestros tres cerebros hemos logrado la iniciativa de poder trazar las diferentes rutas que nuestras emociones, percepciones, y afectos viajan al servicio de nuestras adaptaciones. El amor y los celos viven entre ellas.




¿Qué es enamorarse?




Estudios realizados recientemente confirman la existencia de conexiones químicas y emocionales entre el miedo y el enamoramiento. Fisiológicamente hay reacciones muy parecidas: sudoración, taquicardia, indecisión, enfoque exclusivo y distorsión de la naturaleza del estímulo mismo…




Tanto en el amor como en el miedo, el iniciador es un chispazo hormonal. En estas situaciones nuestro cuerpo produce una inundación de sustancias endógenas, llamadas neurotransmisores. Cuando el cuerpo entra en contacto con las feromonas (sustancias químicas que nuestro organismo produce y que tienen como única misión afectar nuestro comportamiento sexual y atraer al sexo opuesto) nuestro proceder se altera y nuestras percepciones se tornan totalmente idiosincrásicas e impredecibles.




Estamos enamorados. (Véase: Sex, Time and Power: How Women’s Sexuality Shaped Human Evolution por L. Shlain).




Las feromonas son fácilmente provocadas. Con un simple estímulo visual atractivo, el cuerpo segrega las endorfinas — amor a primera vista, maravillosa experiencia para quienes lo tuvieran y les durara más de un día.




El amor romántico es ‘creado’ por una endorfina, la fenil-etil-amina (FEA), que produce sensaciones de satisfacción y armonía. Junto al estímulo que la desencadena nos produce una sensación de bienestar asociada a una cierta persona. La función de la fenil-etil-amina es la de garantizar la armonía y la tolerancia hacia una posible unión reproductora, destinada a persistir como relación amorosa por unos 3 ó 4 años.




La razón por el límite de los tres o cuatro años es la duración necesaria para que el hijo derivado de ese enamoramiento reproductivo no dependa más de la presencia del papá.




Simultáneamente, impulsos oxitócicos ayudan a mantener una atracción sexual exclusiva y devota: ¡sólo nos atrae la persona de la que estamos enamorados! — pero es así, sólo por tres o cuatro años, en la mayoría de los casos. Eso puede que explique la ubicuidad del divorcio en todas sus manifestaciones. (Véase mi artículo: La oxitocina: La hormona del ‘amor’, que aparece en monografías.com).




Estar enamorado para muchos supone tener taquicardias, sudoración palmar, cosquilleo en el estómago, enrojecer en presencia de la persona amada… Pero, este ‘amor’ no es siempre bueno, los comportamientos, a veces, se vuelven compulsivos, y el deseo de estar cerca de la otra persona, de frecuentar los lugares comunes, buscar encuentros ‘casuales’, esperar una llamada de teléfono… se tornan obsesiones dolorosas.




Normalmente cuando amamos de veras, sólo vemos el lado positivo de la otra persona, sus gestos, su físico… todo nos gusta. Pero cuando obsesionamos, nos volvemos dependientes y actuamos como si el ser a quien ‘amamos’ es otra droga más. Como hoy son el tabaco, las drogas, la comida y el azúcar — ‘Tú eres la cosa más dulce del mundo’ — dice el amante ardiente y ferviente.




Nuestros gestos nos delatan frente a la persona de la que estamos enamorados: miramos con ojos ‘tiernos’, con media sonrisa, suspiramos cuando habla…




Salivamos. Porque lo oral y lo sexual son instintos que confluyen.




Por otro lado, el amor puede ser consecuencia de un impulso o estar motivado por el trato diario. El amor es un fenómeno complejo por su esencia vital e indispensable para el animal inteligente que, supuestamente, somos.




El otro lado de la moneda: los celos




Algo muy común en el amor son los celos, incluso muchos estudios aseguran que sin ellos no existe tal amor verdadero. Según muchos expertos, los celos son una defensa contra alertas de infidelidad y abandono, y añaden que bien entendidos, es otro medio de mantener viva la relación y fortalecerla, siempre que no se conviertan en algo enfermizo. (Véase mi ponencia: El Amor y los Celos que aparece en monografías.com).




¿De dónde se origina el amor?




Para quienes estudian las neurociencias y sus disciplinas asociadas, el amor no sólo se origina de nuestra capacidad y deseo de amar, por haber sido amados como niños, sino de la experiencia positiva de haber sido criados en un entorno donde el calor y la aceptación de nuestras presencias eran singularmente reforzadas. Una madre que nos colmaba de caricias y que adivinaba nuestras necesidades esenciales y básicas — Una buena mamá.




El torrente de hormonas que inundan nuestros tres cerebros en el teatro del amor es indescifrablemente complejo e infinitamente intrigante. Saber, que mientras esto escribo, escucho las notas harmoniosas de un concierto de Paganini, mientras una gata me cubre con su ronroneo el monitor de la computadora y pienso en que mi esposa me espera en la cocina para que prepare un aderezo para la ensalada de mañana, me hace reflexionar: ¿Por qué yo deseo que otros aprendan la neurociencia de nuestros sentimientos básicos? ¿No basta que yo sepa que los tres años asignados para el fin de un romance (el nuestro) que fuera ‘a primera vista’, ya que cuando la viera, sin antes haberla conocido, nada más importaría en mi vida? Romance que ha durado 49 años y que nunca termina…




Mi deseo es clarificar para todos, lo siguiente: que si las hormonas nos muestran el camino y nos indican la ruta, que los tres años nunca terminarán si cada vez que nos vemos los dos, nuestros mecanismos cerebrales se modifican por virtud de la mutualidad que nos une.




El poder del amor que a algunos seres vivientes los fusiona




Will y Ariel Durant: Ejemplos del amor ‘eterno’ del que tanto hablamos




Will y Ariel Durant fueron escritores galardonados por sus contribuciones decisivas a la filosofía y al estudio de la historia. Sus muchas publicaciones han sido, por millones leídas y su The History of Civilization les ganó el codiciado Pulitzer Prize.




Nunca se separaron desde que se conocieran. Ariel y Will morirían dentro de unas horas de la muerte del otro.




La monogamia, sus aspectos neuroquímicos y sus atributos de adaptación




El famoso escritor, médico, genio literario y endocrinólogo español, don Gregorio Marañón, en su estudio del don Juan, concluye, que el famoso Casanova era esencialmente monógamo en sus alianzas amorosas — muchos hoy disputan esta aserción romántica e idealizada del erudito doctor.




En este artículo nos proponemos a concluir un análisis de las complejidades culturales, hereditarias y emocionales que caracterizan las relaciones maduras, heterosexuales, humanas.




Comencemos con estas preguntas:




• ¿Por qué existe la reproducción diploide?




La respuesta a esta cuestión tan difundida no se ha encontrado. Pero, como en toda ciencia, teorías nos sobran.




Sabemos que una vez en la tierra sólo existían las hembras y que la reproducción era asexual. Las hembras almacenaban todo el componente genético.

Muchos nos dicen: que la reproducción sexual nos asiste en defendernos contra los microbios y sus mutaciones genéticas que nos mantienen corriendo siempre, mientras permanecemos estáticos. (Véase: The Red Queen por M. Ridley).




Concepto interesante, pero no del todo sustanciado.




• ¿De dónde vienen los machos?




Los machos vienen de la pérdida en la hembra de una pieza del cromosoma sexual. Pérdida que posee repercusiones vastas en la adaptación física y psicológica del macho — ya que resulta en cambios importantes en su composición y balance endocrino.




• ¿Qué propósito sirven?




La respuesta a esta pregunta no está establecida, pero parece ser simple, aunque los machistas protesten: Para dar control a la mujer… (Véase: Sexing the Body por A. Fausto-Sterling).




Para los fines de este ensayo, estos interrogantes bastan y nuestras humildes respuestas, deben de ser lo suficiente — por ahora.




Para la mayoría de nosotros, uno de los aspectos que más interrogantes y debates genera es todo lo relacionado con nuestro comportamiento sexual. Y ¿por qué no?, la respuesta a muchas de estas preguntas hay que buscarla más en nuestros genes (moldeados y programados por las presiones evolutivas que actuaron sobre nuestros antepasados, y que aun actúan sobre nosotros) que en nuestra propia educación.




En parte conscientemente, pero mucho más significativamente al nivel del subconsciente, muchas de nuestras actitudes, emociones, reacciones, y en definitiva nuestra conducta respecto al sexo en el presente, están generadas por mecanismos que existen porque resolvieron problemas adaptativos en el pasado, es decir, en los ambientes ancestrales en los que los humanos y todos los seres vivientes evolucionaron.




Cuando se trata de caracterizar socialmente a los primates, los humanos se clasifican como una especie monógama. Esto puede sorprender a algún lector, pero aunque existe variabilidad en la estructura familiar humana en función de las culturas, en todas ellas hay una cierta exclusividad en las relaciones sexuales de cada varón con cada mujer, por lo menos durante algún tiempo. Es decir, tanto nuestros antepasados como la mayoría de las poblaciones de la actualidad, independientemente de la cultura a la que pertenezcan, forman casi siempre en algún momento de su vida relaciones estables entre hombres y mujeres.




Esto probablemente lleva siendo un rasgo de la sexualidad de los homínidos aproximadamente unos tres millones de años. Pero estas relaciones estables no duran toda la vida necesariamente, sino que a menudo una persona tiene dos, tres o más relaciones sucesivas. Sin embargo cada una de esas relaciones se puede clasificar como monógama (con infidelidades ocasionales), pues rara vez podemos encontrar que un hombre tenga relaciones de pareja con varias mujeres a la vez o viceversa. (Aquí no deseamos discutir algunos casos célebres recientes que involucran prototipos políticos y deportivos).




Hasta aquí leyendo, el lector interesado se pregunta:




Y, ¿Qué de las tantas sociedades polígamas, poliandras y de sectas como algunas musulmanes y los mormones? ¿Por qué son polígamos?




La necesidad de cubrir esas variaciones culturales y no genéticas ocupa otros de mis trabajos. Pero, por el momento, el antropólogo M. Harris en Our Kind, ilustra y soporta nuestra posición cabalmente.

El origen de la monogamia en los humanos parece estar estrechamente relacionado con el origen de la postura bípeda de los homínidos, por lo que se cree que los australopitecos ya serían con todas probabilidades monógamos.




La transformación esquelética que conlleva la locomoción bípeda, provoca que la arquitectura de la pelvis se modifique para poder mantenernos erguidos sobre dos piernas. Esta modificación se traduce en una reducción de la anchura del canal del parto que, además de hacer del nacimiento del ser humano una tarea muy laboriosa, provoca que nuestras crías nazcan en un estado de desarrollo que requiere de un largo periodo de cuidados y aprendizaje.




A una hembra humana en soledad, le resultaría muy difícil cuidar de sus descendientes de una manera exitosa. Esto se entiende en el contexto de la economía de cazadores-recolectores en que se dio nuestra evolución.




La pareja estable, la monogamia, es una estrategia que hace que el padre (o supuesto padre) se incorpore a la tarea de sacar adelante la familia, ya que desde la lógica de la selección natural, los genes de aquellos padres que abandonen a sus descendientes no estarán representados en la siguiente generación.




Siguiendo esta razón, para que un macho de los primeros homínidos bípedos realizara el esfuerzo de alimentar y cuidar de una hembra y sus crías, tendría que estar muy seguro de que esas crías llevaban sus propios genes, y no los de otro.




Si esas hembras tuvieran períodos de celo muy claros, como sucede en tantos otros primates, simplemente habría que vigilarlas estrechamente durante ese tiempo para monopolizarlas, evitando así que pudieran copular con otros machos.




Pero si las hembras no tienen estro, es decir que es imposible saber cuando están ovulando — como es el caso de las hembras humanas — la única alternativa viable para que el macho se asegurase un poco de la paternidad, era una relación de pareja monógama.




Otras especies nos suministran información, a menudo interesante. La pequeña golondrina del banco (Riparia riparia) se aparea con un macho quien, de acuerdo al merengue dominicano — para asegurarse de su fidelidad y de sus genes serán los que se usen para los huevos que pondrá — ‘No le pierde ni pie ni pisá’… (Véanse los trabajos de M. y M. Beecher).




En los humanos además se da competición espermática o guerra de espermatozoides. Esto es, siempre que el cuerpo de una mujer contiene espermatozoides de dos o más hombres diferentes al mismo tiempo, los espermatozoides de esos hombres compiten por ‘el premio’ de fecundar al óvulo.




Como los humanos formamos grupos sociales con múltiples individuos masculinos y es muy difícil saber cuando se produce la ovulación, evitar la guerra entre espermatozoides requiere de la aparición de conductas que faciliten la relación de pareja y que, por el contrario, dificulten o reduzcan al máximo el riesgo de infidelidad.




Esto ha provocado que en nuestra especie exista la originalidad de que hay una relación sexual permanente, la mayor parte del tiempo sin función reproductora.

Dicho claramente, situar la sexualidad humana sólo en el terreno de la procreación no es lo natural (biológicamente hablando), sino todo lo contrario. Entre nosotros el sexo además ha evolucionado para mantener unida a la pareja, es decir está al servicio del amor y del placer. Si no fuera así, a cada uno de nosotros sólo nos apetecería realizar el acto sexual únicamente una docena de veces más o menos en nuestra vida, las pocas ocasiones en que la concepción fuera posible y deseable.




Si así fuera, el sexo y la sociedad, el arte y la literatura — en realidad toda la cultura humana — serían muy diferentes. (Véase: The Third Chimpanzee por J. Diamond).




Resumiendo.




La monogamia es la estrategia reproductiva que ha obtenido, más éxito en la reproducción sexual que las otras, y que ha producido el mayor impacto sobre la conducta sexual humana.




Hoy en día, aunque la mayoría de las personas no buscan conscientemente una vida monógama con un fin reproductivo, una proporción muy elevada desarrolla gran parte de su vida sexual en el marco de las relaciones estables. Sin embargo, esto no quiere decir que no tengamos estrategias complementarias que pueden proporcionar la oportunidad de tener un poco más de éxito en la reproducción del que se lograría si uno se limita a una sola relación.




Por tanto, aunque los humanos seamos monógamos, en muchos momentos de nuestra vida optamos por la infidelidad, la promiscuidad, el cambio frecuente de pareja, y cosas por el estilo. Estas estrategias, aparte de que pueden ser costosas generan un conflicto de intereses que ha llevado a que hombres y mujeres hayan desarrollado conductas sexuales diferentes, sobre todo en lo referente a la elección de pareja. Pero este es un tema que dejaremos para otra ocasión.




Por ahora concluyamos diciendo que: el hombre maduro y que vive una vida con principios, es monógamo. El hombre licencioso, en medida de su incapacidad moral y ética, no lo es.



http://blogs.monografias.com/sistema-limbico-neurociencias/2010/01/14/el-amor-como-paradigma-de-los-sentimientos-humanos/

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