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El insólito caso del litio

Si yo tuviera que elegir qué tres psicofármacos llevaría a una isla para tratar con escasos y baratos recursos las enfermedades mentales de sus habitantes, no lo dudaría ni un momento: éstos serían los elegidos:

El haloperidol (Haloperidol), un antipsicótico, gran sedante, seguro y barato.
el carbonato de litio (Plenur), ideal para el tratamiento de la manía y estabilizador del ánimo;
la clomipramina (Anafranil), el mejor antidepresivo y antiobsesivo que existe (para las depresiones verdaderas).
Podríamos prescindir de todo lo demás, que es psicofarmacología cosmética.

La psicofarmacología cosmética responde a la intención de las multinacionales farmacéuticas de encontrar e investigar nuevos fármacos que no tengan efectos secundarios, a fin de fidelizar al cliente. Lo curioso del asunto es que, buscando psicofármacos limpios, nos hemos quedado sin psicofármacos eficaces o que aporten alguna novedad al panorama psicofarmacológico. No cabe duda de que efectos secundarios y efectividad van cogidos de la mano y que al reducir los efectos secundarios estamos sacrificando tambien eficacia. Por eso me llevaría el Haloperidol y no a otros antipsicóticos.

En este post me gustaría rendirle homenaje a un psicofármaco insólito, el carbonato de litio (Plenur) un fármaco imprescindible como antimaníaco, reforzador de los efectos antidepresivos de algunos medicamentos y sobre todo la eficacia demostrada en la prevención de nuevas crisis en el trastorno bipolar. También parece establecido que el uso del litio en el tratamiento de esta enfermedad disminuye los siniestros índices de suicidio entre los pacientes afectos del trastorno bipolar, que son los que más se suicidan en psiquiatría.

Y de paso, hacer también un homenaje a Areteo de Capadocia que fue el primer médico en caer en la cuenta de que las depresiones y exaltaciones maníacas del trastorno bipolar eran la misma enfermedad; y darse cuenta de ello no era cosa nada fácil, pues la depresión y la manía representan polos bien dispares de afectos y emociones hasta el punto de que parecen enfermedades opuestas. Sólo a un gran observador pudo ocurrírsele la idea de que se trataba de las dos caras de una misma moneda: una enfermedad cíclica que cursaba con episodios bien distintos entre sí: ahora presentaba fuego (la mania) y más tarde presentaba cenizas (la depresión).

Areteo de Capadocia también recomendaba visitar determinados lugares donde brotaban aguas especiales con fama de medicinales, aguas litiadas (aunque sin saber que eran litiadas), pues intuyó que este “cambio de aguas” beneficiaba la salud de los enfermos bipolares. Todo un genio de la antigüedad a pesar de que el litio como elemento químico no fue aislado hasta 1817.

Pero el litio es un fármaco insólito además por otras circunstancias: si descontamos las sales de sodio, potasio, calcio o hierro, no existe ningún fármaco o medicamento que proceda de la quimica inorgánica. El principio activo de casi todos los fármacos usados en la actualidad proceden de la quimica orgánica y son, además, sintéticos.

¿Se trata de un menosprecio de lo inorgánico (quimico) en favor de lo orgánico (biológico)?

El lector debe entender que sólo los fármacos sintéticos pueden patentarse y es quizá por eso que las sales minerales, los compuestos vegetales -hasta el digital es hoy sintético- o los fármacos procedentes de restos animales tengan un nulo interés por parte de la ciencia y de la investigación. Lo que no produce beneficios no interesa, es asi de fácil.

Pero no podemos dejar de nombrar a John Cade, psiquiatra australiano que, en condiciones de carencia y de precariedad, fué capaz de intuir -aunque erróneamente- que el trastorno bipolar podía deberse a una oscilación hiper-hipo, similar a la que sucede en la glándula tiroides. Cade pensaba que la depresión se debía a un déficit de algo, y la manía a un exceso de ese algo. Aunque estaba investigando sobre la gota úrica y su hallazgo puede considerarse una serendipia, Cade, utilizando orina de maniacos que después inyectaba en los peritoneos de sus ratas de laboratorio, descubrió que, efectivamente, aquellas inyecciones excitaban a sus animales de laboratorio y que el urato de litio les calmaba.

Creyó que había encontrado la prueba de su teoría de que la manía era producida por un tóxico que se hallaba en las orinas de sus “maníacos”.

Su hallazgo fué publicado en una revista australiana de “bajo impacto”, y pasó sin pena ni gloria por el panorama científico de su tiempo. Además, tuvo la mala suerte de que, en aquel entonces, el gobierno de Estados Unidos había prohibido el uso del litio (o litines), que se vendían libremente como remedio digestivo. Incluso la sal se vendía en forma de litio y su uso ha estado vigente hasta hace muy poco tiempo como sustituto de la limonada.

Por último, hay que recordar que ciertas aguas (Vichy Catalán, Caldes de Malavella) son aguas con trazas de litio que no cabe entender como tóxicas por su baja concentración en este catión que como otros se encuentra en nuestro organismo de forma natural a través de pequeñísimas cantidades, y que proceden de nuestra ingestión de aguas y plantas, desconociéndose hasta el momento si existe una firma digital individual de estos elementos, que, en cualquier caso, como en el caso del litio, seguimos desconociendo qué función desempeñan en nuestro organismo, si es que desempeña alguno.

El carbonato de litio es un fármaco que es tóxico a altas dosis y que, por tanto, su consumo debe de ser monitorizado médicamente, encontrándose su rango terapéutico entre 0,6 y 1,2 meq./l. Su toxicidad es tiroidea, renal, y -a altas dosis- también es neurotóxico. Su efecto adverso más leve es el temblor, y está absolutamente contraindicado en el embarazo.

Pero el litio conserva aún un último misterio, y, aunque hoy todo el mundo cree haber descubierto que el litio tiene una diana terapéutica específica (la proteína GSK3) que actúa inhibiendo esta proteina y por tanto protegiendo a la célula de la bomba de Ca, hay que recordar que el litio se ha acoplado siempre a cualquier explicación sobre su mecanismo de acción. Por ejemplo, se ha especulado que el litio podría estar operando como algo que le “falta” al organismo (la hipótesis de Cade). Posteriormente, se acopló perfectamente a la teoría del agua extracelular, o sea, actuaría operando como antagonista del Na. Cuando se puso de moda la hipótesis de las monoaminas, al Li se le atribuyó un efecto serotoninérgico. Y ahora que estamos en tiempos del proteoma, al Li se le ha encontrado una nueva novia: la célebre proteína GSK3.

Lo cierto es que tuvo que ser un psiquiatra danés llamado Mogens Schou el que 20 años después demostrara en un ensayo clínico que el litio era eficaz, tal como había asegurado el propio Cade.

Schou estaba muy motivado para esta demostración, puesto que lo había utilizado con éxito en un hermano suyo que padecía un trastorno depresivo recurrente. Y lo hizo en un trabajo que fué muy criticado porque no tenía grupo de control y no estaba hecho a doble ciego, desatando una agría y prolongada polémica entre los psiquiatras que sólo el litio fué capaz de enmudecer, al demostrar una y otra vez que era -y sigue siendo- eficaz para el trastorno bipolar.

Y si quieren que les diga la verdad, sigue siendo el mejor a pesar de que aun no parece haber desvelado todos sus secretos.

Hay litio para rato, sobre todo porque, como ya sabemos, el trastorno bipolar no se debe a un déficit de litio, y también ignoramos si existe, como nombraba más arriba, un perfil atómico inorgánico específico de cada individuo.

Pero esto es un tema de investigación de la cual daré cuenta en su momento.



http://pacotraver.wordpress.com/2010/01/29/el-insolito-caso-del-litio/

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